martes, 17 de enero de 2012

Una Absurda Superstición 43 :

Como había previsto de nuevo fui la única acertante de los catorce resultados, pero en esta ocasión envié al chico al banco para que fuera espabilándose porque en adelante no le iba a quedar más remedio que preocuparse por su futuro.

Me sentía ya muy harta de tanta lucha y aunque imagino que mi existencia podría haber dado de si unos cuantos años más, teniendo que depender de la silla rodante ya no me ilusionaba en absoluto la idea. Por otro lado sabía que no se trataba de una depresión pasajera, a lo largo de los años había tenido sobradas ocasiones de atravesar malas etapas pero en cada una de ellas siempre adivinaba una farola alumbrando el final, mientras que ahora la oscuridad, el silencio y el vacío eran absolutos. En definitiva, la que acababa de contraer era mi última hipoteca con el azar.

Un taxista amable me condujo al cementerio y allí, con la ayuda de un enterrador me dirigí al panteón de mi abuela. Con una generosa propina logré que me dejara la llave, preveía que iba a quedarme un buen rato porque, le expliqué lloriqueante, tenía que contar a mi añorada abuelita todo el proceso de mi enfermedad y él, convencido y compadecido, me recomendó que cuando terminase dejara la llave escondida en la jardinera de la izquierda junto al crisantemo blanco y no debía olvidar que el camposanto se cerraba a las ocho, a ver si se me iba a ir el santo al cielo y me quedaba encerrada, que menudo trago sería.

No hay comentarios:

Publicar un comentario