jueves, 23 de febrero de 2012

Aquellos sastres fueron nueve 59 :

-Diría que es imposible, no hay ningún motivo para ello. Pero no me vaya a preguntar qué es lo que ha ocurrido porque ahora mismo lo ignoro. No obstante -miró a eMé y a Mariola- voy a bajar al sótano a echar un vistazo.
-¡Ellas no van contigo! No me voy a quedar sola en estas condiciones dios sabe por cuanto rato. No. Que te acompañe Agustín que para eso sois los hombres.
-¡Inés, mujer! -protestó Mariola.
-¡Nada! Las cosas como son: los hombres al combate y las mujeres cuidan el fuego.
-No hay problema. Voy con... ¿Bruno?
-Sí.
-...Mucho gusto. Estoy a tus órdenes.

Unas desde el umbral de la puerta y otras tras los cristales de la ventana observaron a los dos varones caminar por el patio hasta perderlos de vista cuando entraron en el cuarto de contadores, después de haber cogido una linterna cada uno de la oficina-caravana de obras. 

El patio volvió a quedar, como cada noche a esa hora, silencioso y desierto.

Las cuatro mujeres se sentaron alrededor de la gran mesa camilla que Inés tenía junto a la ventana y que estaba ocupada con mil labores y varios costureros, todos ellos diferentes y preciosos según el criterio de eMé que los observó admirada antes de que su dueña los retirara a un sillón para dejar libre el espacio. 

Inmediatamente comenzaron a hablar y, como sucede en estos casos, lo que se decía no eran mas que sinsentidos puesto que nadie sabía: palabras huecas, vacías, tiempo desperdiciado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario