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lunes, 23 de mayo de 2011

Querida Ausencia


-¿Qué quieres que te traiga la semana próxima, madre?
-Revistas de cotilleos. ¡Muchas, todas!
-De acuerdo. Las nuevas las tienes colocadas ahí, ¿las ves?
Pero su madre había empezado ya a mirar la que tenía en las manos y Prudy sabía lo que eso significaba: fín de la visita. Sonrió mirando a la mujer con cariño infinito.

Muchos años atrás, cuando Prudy aún no había cumplido los cinco, murió el perro de su familia, un setter de apellido internacional que alguien había regalado a su padre cuando él aún estaba soltero. Queridísimo por todos, Tosín era dócil, paciente y resultó la mejor de las niñeras para la pequeña desde que se la presentaron en forma de bebé. Para la niña el perro siempre fué lo más y lo mejor: protección, compañerismo, juegos, risas, caricias, seguridad... Hasta el punto el punto de que, ya adulta, se compadece en secreto de tantas infancias sin animales porque le parecen incompletas y ramplonas.
Hubo un momento de dolor y disgusto inmenso cuando la ausencia inevitable del amigo modificó, como no podía ser de otra manera, el ambiente familiar.
-¡Mama, mamá! -entró Prudy en la cocina jadeando- ¡Tosín ha vuelto! ¡Ven a verlo, corre!
-Prudy, sabes como son las cosas, te las hemos explicado, ¿recuerdas? Y lo que dices es imposible.
-¡Pero es verdad! ¡Está ahí en el jardín!
-¡Basta, Prudy! Tengo muchas cosas que hacer. Si tú quieres jugar fantaseando, ¡adelante! Haz lo que quieras.
La madre se asomó mientras la niña se alejaba corriendo y miró. Volvió a mirar y limpió el sudor de sus manos restregándolas en el delantal que llevaba puesto. Entró de nuevo en la cocina y cerró la puerta asegurándose de que quedaba bien encajada.
Cuando su padre quiso llevar a la casa una nueva mascota, un cachorro encantador y precioso, la mamá dijo que ni hablar de volver a tener animales y Prudy añadió que ella no quería mas que a Tosín.
La madre de Prudy ha estado ingresada en el sanatorio psiquiátrico desde que ella era adolescente y lo más probable es que jamás vuelva a salir. Parece feliz sin embargo, en medio de una forma de vivir diferente a la que conoció. La visita cada semana. Adora a su madre y ella la quiere con locura incondicional. Hubo un tiempo extraño, complicado de vivir y difícil de superar, que tuvo como consecuencia el que la salud de la mujer quedara afectada. Prudy pudo escabullirse de erróneos diagnósticos médicos gracias a que cayó en la cuenta de algo importante y desde luego de suma utilidad: aprendió a callar.

-Tengo que marcharme ya, mamá. Es la hora.
-Sí, cariño. No te olvides de mandarme a Tosín, que me hace muchísima compañía.
-Está esperando en el coche, tan impaciente como siempre.
-Pues no te entretengas que no cerraré la ventana hasta que llegue. Y...
-¿Qué? Dilo, madre.
-Había un gatito en el jardín que me escuchaba... Eramos amigos y se ha ido.... ¿Le harás volver?... -en silencio, madre e hija se sostenían la mirada-. Por favor, te lo ruego.
Prudy caminó hasta el aparcamiento y abrió el portón de su coche con una gran sonrisa mientras murmuraba palabras cariñosas.
-¡Hala, Tosín, venga! ¡Ve con mamá! -y gritó a la distancia- ¡Cuando te canses recuerda que yo te espero!
FIN.