Mostrando entradas con la etiqueta Aquellos Sastres fueron 9 (novela). Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Aquellos Sastres fueron 9 (novela). Mostrar todas las entradas

martes, 28 de febrero de 2012

Aquellos sastres fueron nueve 61 :

-¿Eres bruja? -preguntó Mariola con voz enronquecida.
-Nunca había hecho nada así antes. Alguna vez cuando era pequeña, pero porque los niños pueden ser muy raros.
-Venga, ya está bien. Con magia o con brujería tenemos al alcance de nuestras manos averiguar y solucionar, que es lo que pretendemos, ¿o no?
-Un momento -interrumpe de nuevo Mariola, rígida en la voz y en los gestos-. Me parece injusto haber expuesto solo lo mío dejándome en ridículo.
-Tienes razón -eMé miró a Mariana al tiempo que ofrecía su brazo extendido-. Adelante.
-Trabajaste como médico y operaste una cabeza que te asustó tanto como para abandonar. -Mariana abrió por completo los ojos mirando a la mujer con disculpas en las pestañas.
-¡Bien! Has hecho diana. ¿Inés?
La mujer miró a las otras tres con gesto resignado y colocó su brazo delante de la chica que se lo tocó con la mano izquierda.
-Tu eres analfabeta porque no quisiste mezclarte con la gente vulgar que va a la escuela. Mariola lo sabe y por eso me atrevo a decirlo.
-Tranquila niña, te he dado permiso -Inés acarició la mejilla de la chica con un gesto afectuoso-. Ahora tú, ¿no?
-Yo me encargo -dijo eMé-. ¿Me permites? -mirando a la chica con amabilidad.
-Claro -y ofreció su brazo.
-Te sientes mayor para seguir siendo virgen y eso te avergüenza profundamente -Mariana se había ruborizado hasta el color de los tomates.
-¡Bueno! Ya estamos todas confesaditas. ¿Y ahora qué? -Inés mueve su cabeza de derecha a izquierda en un gesto que expresa su asombro aunque, como no podía ser de otra manera, con su tono regañón habitual. Contamos con dos brujas, o adivinas, sin intención de ofender -mirando a eMé y a Mariana.
-Permíteme estar unos minutos en alguna de tus habitaciones -pide eMé.
-¡Ah sí! ¿No podrías hacer... lo que sea, aquí? Será algo curioso de ver.
.Inés, por favor...  Si no quieres participar, dilo -era Mariola.
-¿Por qué no voy a querer? ¿No estamos aquí, en mi casa?
-Entonces... ¿Puedo?
-Ve donde quieras. La casa es tuya -señala Inés con un brazo extendido intentando abarcar todas las habitaciones-. Ahí está la cocina y ahí el cuarto de baño.
-Prefiero que no haya azulejos interpuestos -eMé pronunció estas palabras mientras caminaba hacia una  habitación en la que entró cerrando la puerta a su espalda.

lunes, 27 de febrero de 2012

Aquellos sastres fueron nueve 60 :

-Me gustaría deciros una cosa -se decidió eMé con timidez.
-¡Pues dila! ¡No te sientas cohibida, mujer! -invitó Inés con su delicadeza habitual.
-Sí, habla por favor, ¿de qué se trata? -la amabilidad de Mariola se expresaba en las palabras pero no en su gesto contrariado.
Mariana guardaba silencio mirando y observando a sus tres vecinas casi desconocidas.
-Creo que puedo ayudar a resolver este asunto de la casa.
-¿Resolverlo cómo? -Inés.
-Averiguando lo que sea que está pasando en estas paredes en primer lugar y, sabido, ya se buscarán soluciones.
-No se los demás, pero yo no te estoy entendiendo -Mariola se impacientaba.
-Yo tampoco. Habla con claridad de lo que sea.
-De acuerdo. Puedo comunicarme con el edificio, hablar con las paredes por ridículo que pueda sonaros y él puede contarme cosas.
-¡Hija! ¡Pero qué dices! Eres alondra y por las noches no te rige bien la cabeza ¿verdad?, lo comprendo y no pasa nada.
-¿Significa que eres vidente, telépata o algo así? -preguntó Mariola, sin ironía.
-No, no  digo nada de eso. Tú sabes a qué me refiero, ¿verdad Mariana?
-Sí, sí lo se.
-No me gusta jugar a los misterios ni a las adivinanzas así que vamos a dejarnos de tonterías que las cuatro hemos rebasado la edad de las bobadas -regañaba, claro está porque no podía ser otra, Inés.
-Las paredes hablan y puedo entender lo que dicen. Eso es todo -eMé había perdido la timidez y ahora hablaba con seguridad y cierta autoridad que parecía molestar a Mariola.
-¿Y tú también eres mágica? -preguntó a Mariana con tono burlón.
-No lo sé -respondió muy seria, crecida por la actitud de eMé- pero si pongo una mano en tu brazo -la puso- ¿ves?, así... -entrecerró los ojos concentrándose- podría hablar contigo de aquel tercer hijo que abortaste antes de ponerte el díu.
Tanto Mariola como Inés quedaron rígidas e inmóviles mirando a la chica sin parpadear. Después Mariola empalideció mientras Inés la miraba asustada y disgustada.
-Ella -añadió Mariana apoyando su mano ahora en el brazo de Inés- no ha dicho nada a nadie, nunca. Si he mencionado precisamente eso era porque se trata de algo que las dos conocéis y no hay indiscreción. No encontraba otra manera de expresarme.
-eMé la palmeó la mano en una transmisión de tranquilidad que Mariana agradeció con una sonrisa.

jueves, 23 de febrero de 2012

Aquellos sastres fueron nueve 59 :

-Diría que es imposible, no hay ningún motivo para ello. Pero no me vaya a preguntar qué es lo que ha ocurrido porque ahora mismo lo ignoro. No obstante -miró a eMé y a Mariola- voy a bajar al sótano a echar un vistazo.
-¡Ellas no van contigo! No me voy a quedar sola en estas condiciones dios sabe por cuanto rato. No. Que te acompañe Agustín que para eso sois los hombres.
-¡Inés, mujer! -protestó Mariola.
-¡Nada! Las cosas como son: los hombres al combate y las mujeres cuidan el fuego.
-No hay problema. Voy con... ¿Bruno?
-Sí.
-...Mucho gusto. Estoy a tus órdenes.

Unas desde el umbral de la puerta y otras tras los cristales de la ventana observaron a los dos varones caminar por el patio hasta perderlos de vista cuando entraron en el cuarto de contadores, después de haber cogido una linterna cada uno de la oficina-caravana de obras. 

El patio volvió a quedar, como cada noche a esa hora, silencioso y desierto.

Las cuatro mujeres se sentaron alrededor de la gran mesa camilla que Inés tenía junto a la ventana y que estaba ocupada con mil labores y varios costureros, todos ellos diferentes y preciosos según el criterio de eMé que los observó admirada antes de que su dueña los retirara a un sillón para dejar libre el espacio. 

Inmediatamente comenzaron a hablar y, como sucede en estos casos, lo que se decía no eran mas que sinsentidos puesto que nadie sabía: palabras huecas, vacías, tiempo desperdiciado.

martes, 21 de febrero de 2012

Aquellos sastres fueron nueve 58 :

-¡Eh, joven! ¡Atención!
-...
¿Es suficiente? No. Otra vez.
-...
-Eso es. ¡Adelante ahora!
-...
-¡Niña! ¡Escucha!
-...
-¡Pon atención, mujer!
-...
-¡Claro, chica! ¡Vamos con ello!
-...


-¡eMé! ¡eMé! ¿No estará por aquí tu nieto?
-Pues sí.
-Venid los dos, por favor, a casa de Inés. Hay problemas.

eMé no mencionó la hora que era ni el hecho de que Bruno estuviera durmiendo. La agitación de la mujer y su tan alterada expresión  fueron motivos suficientes para ir a zarandear al chico a su cama.

En la casa de Inés parecería que hubiera una fiesta de no ser por las caras de preocupación que tenían todos y sin mencionar ese lenguaje mudo de manos que mesan el pelo, pupilas dilatadas, brazos en la cintura, dedos que tapan bocas para sujetar temores. También  estaban allí Mariana y Agustín. Mariola se tomó el tiempo imprescindible para hacer una presentación somera de los que no se conocían antes de que una Inés impaciente hablara.

-Agustín, desde el 4ºA, ha sentido temblores de intesidad suficiente para moverle cuadros y lámparas y tirarle algunas cosas al suelo y Mariana, en el 1ºG, ha sido lanzada de una pared a otra del cuarto de baño. Si se tratara de un terremoto todos lo habríamos notado y no parece que haya sido así. Bruno, ¿puede haber sido un aviso de que el edificio esté empezando a derrumbarse?

miércoles, 15 de febrero de 2012

Aquellos sastres fueron nueve 57 :

-¡No me digas que te he despertado!
-Si, pero está bien. He tenido una buena siesta. ¿Alguna novedad?
-No, pero sospechas... ¡mil!

Mientras  merendaba fuerte porque el tiempo de comida lo había invertido en hacer gestiones entre algunos conocidos de confianza, Bruno contó que su jefe, Joaquín Aracelites, además de empresario de prestigio en el ámbito de la construcción y con éxito en los negocios, era hijo del que fue responsable de la primera rehabilitación y, no solo eso, también era nieto del primer casero, es decir, el promotor que invirtió su dinero en construir la corrala y que años más tarde hizo un grandísimo negocio vendiéndola por pisos. Nadie conocía detalles concretos pero al parecer eran muchos los que recelaban algún asunto cuando menos chocante en el hecho de que los descendientes de aquel abuelo negociante hubieran puesto su interés profesional en la misma actividad y aún siguieran vinculados con aquel primer edificio que dejó de pertenecer a la familia tantísimo tiempo atrás y no por azar sino por empecinamiento personal en cada ocasión en que se precisaba hacer alguna reforma o reparación en él. Así, a través de los comentarios de colegas y conocidos del ámbito común y de los relacionados, Bruno había pasado de la sospecha indeterminada al convencimiento de que allí había un misterio que llevaba de cabeza a los varones Aracelites a través de tres generaciones y se proponía descubrirlo asumiendo los costes correspondiente, incluso el de perder su empleo. Estaba decidido, pero el cómo podría hacerlo... aún lo ignoraba. ¿Con la ayuda de eMé? ¿De los vecinos? ¿De todos ellos o solo de alguno? ¿Alguien del tajo mas o menos descontento?

Mientras el chico explicaba todo esto a su abuela, ella intercalaba ideas locas y fantasías que le sugerían posibilidades.

Conversaron los dos durante un buen rato, pero yo ya no escuchaba.
A medida que Bruno había ido dando datos de nombres, de fechas, de gente que pasó por aquí, de otros que se quedaron y de algunos que regresaron más tarde, me fui llenando de recuerdos.

sábado, 11 de febrero de 2012

Aquellos sastres fueron nueve 56 :

-Si, con su madre viuda, o a lo mejor soltera como decían los rumores, porque entonces estas cosas se tapaban. El caso es que la chica pasaba los días delante de la maquina de coser bordando encargos que le hacían lo mismo las tiendas que particulares y enseñando a otras mujeres que pagan por aprender. Vivía nada mas que para los bordados que les daban de comer a las dos y a sus periquitos, dos pajarillos parlanchines que saludaban a todo el que pasaba por delante de la puerta de su ama y que al morir eran sustituidos enseguida por otros porque nunca le faltó la pareja. Cuando la madre pasó a mejor vida, la pobrecita siguió igual, como si nada hubiera cambiado, durante años, hasta que también ella murió mas sola que la una. ¿Alguna otra pregunta? ¿No? Pues si ha terminado el interrogatorio me gustaría que ahora me explicarais a mi con todo detalle, lo que hicisteis anoche, lo que visteis y lo que signifique. Y no necesito verdades bíblicas, con vuestras conjeturas me apaño.

Así lo hicieron eMé y Mariola pero al llegar a la parte de los por qués tuvieron que admitir que no sabían nada, no tenían hipótesis ni siquiera descabelladas.

Y mientras ellas tres hablaban, yo rebuscaba en la memoria de mis maderas estructurales, revolviendo entre tantísimos recuerdos acumulados

Cuando eMé regresó a su casa estaba cansada y se le notaba. 
Me urgía contactar con ella para transmitirle algunos detalles que podían ser útiles para la misión que tenía entre manos, pero no tuve oportunidad porque tras pasar al cuarto de baño y beberse un vaso de agua se tumbó en un sofá y durmió un sinfín de horas. ¿No se dice por ahí que las personas de cierta edad duermen poco?
Mi intención era respetar su descanso pero el tiempo pasaba, calculaba que Bruno se presentaría en cuanto acabara su jornada laboral de un momento a otro y consideré una buena idea hablar mientras  ella dormía para ir adelantando y si algo quedara confuso, tiempo tendríamos para contrastar.

Cuando el chico llamó a la puerta de su abuela, ella ya estaba al tanto de ciertas cosillas.

jueves, 9 de febrero de 2012

Aquellos sastres fueron nueve 55 :

-... cada contador estaba en la vivienda que corespondía y que había porteros en cada edificio aunque fuese humilde. Nosotros, hasta poco antes de la primera restauración, tuvimos un matrimonio viviendo ahí que se repartía las tareas de limpieza de escaleras, recogida de basuras, recados y todo eso, ya sabéis. Al enviudar continuó sola la mujer pero ya era mayor también y se quedaba sentada en el chiscón con una manta en las rodillas aunque fuese verano, vigilaba a todo el que entraba y salia y cotilleaba con unos y con otros. Cuando ella murió se hizo ahí mismo el velatorio.
-¿El féretro estuvo en la portería? Yo no me acuerdo.
-Estarías de vacaciones. Esa era su casa y todos los vecinos desfilaron delante, incluso los del bariio.
-¡Jesús! -Mariola sonreía colocándose el pelo tras las orejas.
-Era la costumbre de la época -la fulminó Inés con la mirada-. El casero contrató luego a un par de personas, pero ninguna duró mucho tiempo en el trabajo y al final la portería quedó vacía. Después de la venta de los pisos y las reformas se prescindió definitivamente de porteros y porterías.
-¿Recuerdas si cuando estaba la portería había desde ahí algún acceso a un sótano? -le preguntó eMé con amabilidad y simpatía en la mirada.
-¿Alguna trampilla quieres decir?
-Sí, o cualquier otra cosa parecida.
-Ni idea. Por entonces no me interesaban las minucias ajenas, bastante tenía con lo mío. ¡Que te cuente Mariola una tarde que esteis aburridas, que te cuente!
-¿Y a los lados de la portería quien había, Inés? -continuó eMé.
-A ver, toda la vida hasta hace nada, una pastelería en el local que pasaba de padres a hijos, pero lo que era la familia vivía en el cuarto piso y ahí solo trabajaban. Y al otro lado, Raquel la bordadora.
-¿Que sí vivía ahí?

martes, 7 de febrero de 2012

Aquellos sastres fueron nueve 54 :

La mañana siguiente no pude por menos que despertarla a pesar de los poco que yo sabía que había descansado. El nieto estaba en el trabajo desde hacía un buen rato y dos vecinas hablaban de asuntos interesantes. Me escuchó e inmediatamente se puso en movimiento. Una ducha rápìda, un café bebido y en quince minutos llamaba a la puerta de Mariola.

-¡Buenos días, eMé! ¿Es que pasa algo?
-Buenos días. No que yo sepa. Es que me gustaría preguntarte un par cosas si no es mal momento.
-Estoy de vacaciones -contestó con una sonrisa mientras se echaba a un lado para abrir la puerta de par en par-. Pasa, por favor. Mira, esta es Inés, del D y C, ¡todo suyo! Sus padres ya vivían aquí cuando ella nació. Inés, esta es eMé, la abuela de Bruno, el chico de las obras ya sabes y vive en el G.
-Encantada.
-Yo también lo estoy, Inés.
-¿Os dais cuenta de que la planta baja es nuestra?
-¿Y qué? -preguntó Inés con su sequedad habitual.
-¡Y nada! Mujer, solo era una broma.
-Absurda y que no viene a cuento.
-Como quieras. ¿Alguna novedad eMé? Inés es amiga de confianza y está más al tanto de todo que cualquiera del vecindario.
-Pero no porque sea una cotilla sino porque a duras penas puedo moverme y me entretengo detrás de los cristales mirando el patio.
-Inés, eMé no te conoce aún y le estás dando una imagen de bordez que para qué.
-Haceros la idea de que ciertas cosas me importan muy poco.
-¿Sabéis quien vivía antes, o antiguamente, en lo que es el cuarto de contadores?
-La portera -fue la rápida y escueta respuesta de Inés-. No me mires así -dirigiéndose a Mariola- tienes edad para saber que antes...
-Y lo se. Continúa, anda.

domingo, 5 de febrero de 2012

Aquellos sastres fueron nueve 53 :

-Aceptando que tuvieras razón, ¿qué vas a hacer ahora?
-Esperar que un amigo me pase copias de toda la documentación de entonces y de antes que me proporcione algún hilo de donde poder tirar. Mientras, tengo las manos vacías.
-Ten cuidado, no te vayas a meter en algún pantano cenagoso, Bruno.
-Se lo que hay. No te preocupes.

Después de haberse acostado y a pesar de la hora que era, eMé no podía conciliar el sueño. Varias veces cambió de posición, se retiró la ropa de cama en un par de ocasiones y otras tantas volvió a cubrirse con ellas, ahuecó la almohada, la compactó a base de palmadas, la dobló bajo la cabeza, la ciñó a su cuello... Todo fue inútil. Permaneció un rato boca arriba, la respiración profunda en un ritmo pausado, los ojos abiertos como platos en la oscuridad de su dormitorio.

Yo la observaba sin perderla de vista un solo instante y aún así consiguió sobresaltarme cuando extendió los brazos hacia atrás por encima de su cabeza y, sin haber movido su cuerpo un solo centímetro, apoyó las palmas de sus manos en la pared que le hacía de cabecero, uno de mis muros de carga. 

La mujer... ¡Me estaba hablando! ¡Me hablaba a mi!

Pido disculpas a quien acaso escuche mis monólogos pero comprenderán que no es lo mismo que una persona hable en su casa en voz alta, con las paredes suele decirse pero en realidad consigo misma, a que hable intencionadamente con la edificación como fue el caso. Me siento incapaz de definir lo que sentí y por eso recurro a su buena voluntad para que se hagan cargo del sentimiento, de la emoción que, como un relámpago, me recorrió distribuyéndose por maderas y ladrillos hasta la más elevada de mis tejas y la mayor profundidad de mis cimientos.
Y yo, sin precaución alguna porque los sentimientos no se equivocan, me puse incondicionalmente a disposición de nuestra amistad recién nacida.
¡Que sencilla la comunicación que iniciamos!
¡Que alivio poder compartir y que alegría tener con quien hacerlo en confianza!

viernes, 3 de febrero de 2012

Aquellos sastres fueron nueve 52 :

El vecindario comenzó el día con disgusto general.
Se había recibido una carta administrativa certificada que resultó la señal que todos parecían haber estado esperando para ponerse en pie de guerra. En ella se informaba a la comunidad de que "habiendo encontrado lesiones irreversibles en el edificio y después de haber buscado sin éxito medidas alternativas, en base a los informes técnicos emitidos, se concluye que la estructura debe ser demolida; los vecinos propietarios serán compensados económicamente de acuerdo a condiciones pactadas y negociadas a la mayor brevedad".

-¡Que no, eMé! Juro por lo que haya que jurar que no hay ningún informe que lleve a esa conclusión. Tengo copia de todo y lo he revisado a fondo y con los cinco sentidos. ¡Nada! Algún pequeño desperfecto que reparar sin mayor dificultad es todo lo que tiene. Hazme caso, se trata de una maraña. Mira, el actual responsable de las obras, propietario de la empresa contratada a través de mil contactos públicos y privados, resulta ser hijo del anterior rehabilitador, que a su vez es nieto del constructor del edificio. ¿En serio crees que se trata de una casualidad? No eres tan ingenua. Oigo el maullido de gatos encerrados y no voy a parar hasta que los encuentre.
-¿Arriesgando tu trabajo?
-Mi trabajo no, éste puesto de trabajo. Pero habrá muchos otros.

sábado, 20 de agosto de 2011

Aquellos sastres fueron nueve 42:

Solo una vez colocó sus muebles y resultó la definitiva, como si lo hubiera meditado mucho y de antemano conociera exactamente las posiciones adecuadas de cada uno. Lo hizo ella sola porque no había querido aceptar las ayudas familiares que se le ofrecieron.
Ordenó cada una de sus cosas con meticulosidad y después recorrió los escasos metros de su nueva casa cien veces, de una esquina a otra y de nuevo a la anterior. Primero mirando nada más hasta el último y menor de los rincones con detenimiento concentrado; después apoyando las palmas de sus manos con dedos abiertos en muros y paredes como si intentara percibir algo intangible y acercando su frente para escuchar lo inaudible. Y aún continuó yendo y viniendo.
Cuando por fin levantó la cabeza abarcando con la mirada todo a su alrededor respiró profundamente y sonrió con una satisfacción que se extendía no solo por su boca, también por sus ojos, su frente, su cuerpo entero.
En voz alta, eMé dijo :
-Estoy en casa.

viernes, 19 de agosto de 2011

Aquellos sastres fueron nueve 41:

En la corrala había varios apartamentos vacíos y concretamente en el bajo dos; nuevos, bien distribuidos, cómodos y con acceso desde el mismísimo patio de manera que tanto la puerta como las ventanas estaban situadas en el mejor de los enclaves posibles: con vistas a la fuente, los árboles y las flores.
Sin duda Bruno está cada día más enamorado de aquel edificio y en secreto sueña con la posibilidad de residir también en él, pero no lleva mucho tiempo trabajando y económicamente aún no se lo puede permitir.
Preguntó en primer lugar a Mariola por ser la vecina más conocida y la más accesible ya que también vive en el bajo y ella le dijo que tendría que dirigirse a Lázaro quien, además de ser el presidente de la comunidad, representa a los propietarios de la mayoría de los pisos vacíos. Así lo hizo y el hombre fue quien negoció con los dueños del Bajo G.
Conversaciones van y vienen, un par de visitas de la interesada para decidirse y otra más para que lo vieran el hijo y la nuera y pudieran opinar. Como el piso que dejaba casi se lo quitaron de las manos por céntrico en cuanto lo puso a la venta, un par de semanas escasas más tarde se firmaron las escrituras ante notario .
La mañana siguiente un pequeño camión de mudanzas trasladó todas las cosas de eMé bajo las miradas de invisibles vecinos.

martes, 16 de agosto de 2011

Aquellos sastres fueron nueve 40:

-¡Sí! Y está conforme, lo están los dos. El intentó poner mil objeciones, pero nosotras estamos de acuerdo porque para las dos supone una liberación de compromisos no escritos, los que más atan. Será más fácil con algo de distancia por medio.
-Seguís sin congeniar mucho, ¿no?
-Congeniamos lo suficiente; es solo que no podemos ser amiguitas del alma como pretende tu padre y tampoco es necesario. Tú búscame vivienda en ese edificio que tanto te gusta y cuando me traslade verás como todo se ordena de maravilla para todos.

A Bruno le gusta el carácter de su abuela que nunca deja de sorprenderle. Mientras fue niño estuvieron alejados y no tuvo otra porque la de su madre había muerto años atrás. Conocía a muchas de las abuelas de sus amigos, todas diferentes entre sí y sin embargo cada una con el mismo membrete de su posición familiar. Pero eMé es distinta porque no lo parece, ni por su aspecto ni por su carácter: una mujer mayor encantadora con la que tiene una relación que valora mucho y a la que le cuesta reconocer como su abuela, siendo como es al mismo tiempo la abuela universal.

Está al corriente de la historia familiar y aunque le faltan respuestas a muchos por qués, no permite que las lagunas de los pasados ajenos interfieran en su presente y procura ser muy respetuoso con sus privacidades. No se le pasa por la cabeza exigir que le sean revelados secretos que considera, mirando alrededor, ley de vida, parte de lo que nos conforma a cada uno; de la misma manera que tampoco se cuestiona, más allá del conocimiento general, por qué funcionan su hígado o sus riñones como lo hacen. Y los asuntos de su entorno están engranados con un amplio margen de comodidad y autonomía.

Se puso en acción enseguida para cumplir el deseo de eMé.

domingo, 14 de agosto de 2011

Aquellos sastres fueron nueve 39:

-No, no lo estoy. He sido siempre independiente y así quiero continuar. No pretendo ofender a tus padres ni causarles pena alguna ni el menor quebradero de cabeza y por ello he pensado en una mentirijilla útil: este piso es un cuarto y resulta alto al menor contratiempo técnico del ascensor, no hay jardines por los alrededores ni zonas verdes donde poder pasear, ni tiendas de barrio para abastecerse de lo necesario sin tener que desplazarse por obligación al hipermercado.
-Pues te encantaría la corrala donde trabajo. Tiene todo lo que buscas.
-Si tuviese viviendas libres.
-Las tiene y en el bajo, en pleno patio comunitario. Jardines ni te cuento: Sabatini, del Moro, Plaza de España, las Vistillas... Conoces el barrio.
-¿Muy caras? Esas viviendas, quiero decir.
-Me voy a enterar, aunque yo calculo que con la venta de ésta como mínimo saldrías lo comido por lo servido.
-Estupendo entonces porque me sobra el negocio. ¿Me ayudarás, Bruno?
-¡No lo dudes eMé! Mañana me informo de condiciones concretas. ¿Lo sabe tu hijo? -preguntó en tono confidencial y con sonrisa maliciosa inclinándose hacia su abuela.

lunes, 8 de agosto de 2011

Aquellos sastres fueron nueve 38:

-¡Eh, eh! Respira... -frente a Bruno, eMé le anima con gestos a que haga respiraciones abdominales y durante unos segundos ambos lo hacen al unísono-. ¿Mejor?
-Mucho mejor, gracias. ¿Por qué se me olvidarán las cosas cuando más útiles me serían?
-Porque es algo normal que nos pasa a todos.
-Sigo. Lo que yo veo es que la gente es de lo más guay, me refiero a la del vecindario por lo poco que les conozco y me jodería mucho estar siendo utilizado como arma para perjudicarlos.
-¿Desconfías de tu empresa?
-De uno de los jefes, pero sin motivo concreto.
-¿Intuiciones?
-Sí.... Supongo que sí.
-Está bien que escuches lo tuyo pero no es suficiente, solo el primer paso.
-Lo sé, lo sé y por eso estoy preocupado.
-¿Quieres pensar en voz alta?
-No. Por ahora prefiero dejarlo ahí.
-Como quieras.
-Tú también tenías algo que contarme, eMé.
-He decidido que me voy a buscar otra vivienda.
-¿Que le pasa a ésta? ¿No estás a gusto?
-Estaré mejor en un barrio algo más alejado.
-¿Te dan problemas mis padres?
-¡No, pobrecitos míos! Es que se preocupan y se ocupan demasiado con mis cosas y yo, que soy una desagradecida, me siento agobiada.
-No estás acostumbrada a estar bajo la sombra de una familia, ¡eh!

sábado, 6 de agosto de 2011

Aquellos sastres fueron nueve 37:

La abuela de Bruno se llama eMé y así quiere ser nombrada por todos sin excepciones. Claro que no es su nombre de pila; cuando ella nació no se permitían muchas cosas y las niñas debían llamarse María de algo, de cualquier santa o virgen. En cuanto pudo, ella lo cambió incluso legalmente y se quedó con la única letra de las mujeres Marías "y de muchas otras cosas", comentaba sin dar más explicaciones cuando alguien curioso o indiscreto se empeñaba en querer saber el por qué de semejante nombre.

-Tengo cosas que contarte.
-Y yo también a ti, eMé.
-Pues hala, empieza mientras voy preparando algo de merienda.
Bruno habló y habló durante un buen rato, haciendo primero un repaso superficial al tema de los amigos, confirmando después la por el momento nula posibilidad de noviazgo y explayándose por fin con el tema que llenaba en aquel momento su vida: la profesión. Le contó de su trabajo y de las cosas chocantes con las que estaba tropezando en las últimas semanas, referidas sobre todo a la obra que les ocupaba: un edificio de corralillos en un barrio céntrico de la ciudad.
-¿A que es raro?
-Tanto o tan poco como los vecinos quieran hacerlo. Tu no le des por ahora más importancia de la imprescindible.
-¡Mujer, eMé, es mi trabajo!
-Pero no tu responsabilidad, al menos aún.
-Es que sospecho que alguien esté urdiendo artimañas con algún objetivo... raro, todavía no puedo concretarlo y aunque no sea mi responsabilidad me molesta ser manejado sin mi consentimiento.
-¿No te estás poniendo un poco dramático?
-No, abuela, no. Estoy preocupado de verdad porque allí está pasando algo. Alguien está manipulando las cosas detrás de la puerta para convencer a la gente, a los vecinos sobre todo... ¡¿De qué?!

viernes, 5 de agosto de 2011

Aquellos sastres fueron nueve 36:

-¡Bruno, hijo! ¡Cuantísimo me alegro de verte!
-¡Qué hay abuela! ¡Te echaba de menos!
Hacía un par de semanas que no se veían y ya tenían ganas los dos de compartir un rato de conversación porque se entendían de maravilla a pesar del poco tiempo que llevaban conociéndose.
Los abuelos de Bruno se separaron muchísimos años atrás, antes de que él naciera, antes incluso de que su padre y su tío pudieran ser conscientes de que su vida familiar sería diferente de la de sus amigos, porque en aquella época la gente no solía plantearse ciertas soluciones para sus problemas y si lo hacían, en un derroche de fantasía casi utópica para la mayoría, ahí lo dejaban, en el mundo de los sueños, sin atreverse nunca a llevarlo a cabo. Acechaban tantas presiones sociales, familiares, religiosas y de todo tipo que había que ser muy valiente o un completo inconsciente. No digamos ya siendo la mujer de la pareja.
Ella lo hizo. Se marchó y durante años viajó por el mundo, deteniéndose más o menos tiempo en según qué lugares.
Sólo hacía un par de años que había regresado, cuando tras la muerte del abuelo el padre de Bruno, siempre en contacto con ella, la convenció.
Durante unos meses la casi desconocida estuvo residiendo con el hijo y su familia en la misma casa, pero tenía como bandera su independencia y en cuanto encontró un apartamento en los alrededores del barrio se trasladó y todos estuvieron mucho más cómodos.
Bruno visitaba a su abuela con muchísima frecuencia, pasaba por su casa a la salida del trabajo y conversaban. Podían hacerlo gracias a que nunca habían tenido una relación de parentesco convencional, sino que eran personas que congeniaban como auténticos amigos a pesar de la diferencia de edad y que además compartían muchos temas de interés mutuo.

miércoles, 3 de agosto de 2011

Aquellos sastres fueron nueve 35:

Se celebró la reunión de vecinos y todos quedaron informados de los pocos datos concretos con los que se contaba. Luego, como era previsible, imaginaron, cavilaron y elucubraron hasta casi el disparate y cuando se disolvió la asamblea con todos cansadísimos, los niveles de preocupación habían crecido de mala manera. ¡Ay el miedo!

jueves, 28 de julio de 2011

Aquellos sastres fueron nueve 34:

Aquella misma mañana todos los vecinos fueron convocados por Lázaro para la reunión del día siguiente y por la tarde los que a pesar de las fiestas trabajaban y los propietarios que tenían alquilado; él era muy meticuloso y como se consideraba una especie de patriarca de la comunidad, tanto por edad como por antigüedad, tenía telefonos y direcciones de todos, incluidos los los que con el paso de los años vendieron y los fallecidos.
A medida que hablaba con unos y con otros aumentaba su preocupación con las ideas que iban surgiendo, de manera que cuando acabó la tarea y se sentó en la cocina para cenar como cada noche un tazón de leche con pan migado, tenía la cabeza repleta de ocurrencias a cual más maliciosa, el pecho comprimido por el agobio y cada hueso de su gastado esqueleto bien apretado contra los demás.
Al meterse en la cama, más temprano aquel día de lo que tenía por costumbre, se sentía agotado.
Procuraba estirar su cuerpo todo lo posible y aún un poquito más mientras hacía respiraciones abdominales bien profundas para que ventilase el último y más pequeño de sus rincones. Al mismo tiempo, en murmullos atonales, insultaba a la muerte que no le escuchaba.

No es que yo sea celestial, ni mucho menos divina, ni siquiera tengo poderes mágicos. Es solo que con el paso del tiempo se me ha desarrollado la capacidad de sentir sus emociones, de oír sus palabras, de sufrir sus portazos, de hacerme cargo de su humor y ¡en fin! deduciendo elaboro mis conclusiones. Pero que nadie vaya a pensar que acierto, o que nunca me equivoco... ¡Tanto o tan poco como cualquiera! Y más que un don del que me pueda enorgullecer, la mayoría de las veces resulta una pesada carga porque todos me son muy queridos y varios de ellos sobremanera. Los he visto nacer y crecer, de manera que si ellos sufren yo sufro, no puedo evitarlo, si coinciden dos en el tiempo doble dolor para mí, si uno lo hace a continuación del otro no hay tregua en mi pesar... Y por algún motivo parece que en los últimos años predominen los sinsabores y las preocupaciones. Yo lo achaco a la escasez de niños, ¡solo tres en el vecindario! y apenas se les ve y menos se les oye.
¡Basta! ¡Basta de lamentos! ¿La edad intenta apoderarse de mi ánimo? ¡Pues no lo consentiré!

miércoles, 27 de julio de 2011

Aquellos sastres fueron nueve 33:

Pasa los días dando vueltas en su cabeza a los diferentes enfados que siente con sus respectivos hijos, porque ninguno se libra, nadie es mejor que su hermanos; el que no cojea, renquea y el que ni lo uno ni lo otro, tiene un forúnculo en la nariz. Cuando alguno de ellos viene a visitarla, enseguida se las apaña para sacar a relucir reproches y dolores de manera que ellos procuran marcharse enseguida y cada vez tardan mas en volver. ¿Quien podría reprochárselo? Pero es que Inés no se da cuenta de lo externo a ella.

¡¿Y que podría hacer yo?! Cuando alguien a quien quieres se obceca en un error se hace difícil de tolerar... Me dan ganas de aflojar alguna lámpara para que se le caiga en la cabeza a ver si reacciona y abre los ojos para mirar hacia fuera de vez en cuando.

-¡Dime tú a mí que nos expropien! ¡A ver donde nos vamos! Porque desde luego yo con los hijos ni pensarlo.
-Eso, no pienses en ello, mujer, porque no va a pasar.
-¡Ya veremos!
-Inés, te tengo que dejar porque voy a salir y se me empieza a hacer tarde.
-Qué manera tan fina de echarme; me lo dices abiertamente y tan amigas.
-Como amigas te lo he dicho.
-¡Ya! Pues conmigo no te hacen falta indirectas, que lo sepas.
-Anda, no seas enfadica.
Derrochando paciencia Mariola ayudó a Inés a ponerse en pie apoyándose en todo objeto medianamente consistente que estuviera a su alcance y caminar hasta la puerta de su casa, bien arrimada a las paredes de fachada del patio.
-Aquí ya me puedes soltar que me apaño sola.
-Bueno, pues te dejo. Buen día, Inés.
-Adiós.
Mariola regresó para coger el bolso. Sabía que Inés iba a vigilar y para ir a por el pan y los periódicos el momento era tan bueno como otro y aprovecharía para dar un paseo mirando escaparates.