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viernes, 27 de enero de 2012

Una Absurda Superstición 48 :

-Y quiere estar con su abuela. Comprendo.
-Escúchame. ¿Estarías dispuesto a hacer un trabajo para mí? Puedo pagarte bien.
-Se lo hago gratis, ¿de qué se trata?
-Irás a la dirección que está anotada en este papel y al chico que te reciba le dices que en adelante debe ser tu protector. Si acaso no estuviese te esperas, que no tardará en llegar. Es muy simpático ya verás como te gusta. Y también quiero que le digas que se pase mañana por la mañana por el cementerio y se ocupe de todo. Nada más.
-¿El es tu hijo?
-No, es un ahijado, como tú desde ahora y hará lo que le pido porque me quiere y además porque me debe un par de favores. ¿Dispuesto? Pues adelante.
-¿Va a estar aquí cuando vuelva mañana?
-No lo creo.
-¿Es que no vamos a volver a vernos?, lo digo por contarle como me van las cosas con ese chico.
-Seguro que te van a ir bien y quédate tranquilo porque yo estaré al tanto. Ten el papel con las señas y este dinero para el camino, lo que sobre tu sabrás como emplearlo, ¿a que sí?
-Seguro.
-Pues venga, no te entretengas.

-¡Vaya sorpresa, abuela! No contábamos con el chavalín pero han rodado bien las cosas, ¿no te parece? Confío en que ellos congenien y sean soporte el uno para el otro porque una cosa es empujar la suerte y otra distinta que ella se digne mirarte. Las cosas se ordenan solas, está más que visto.

¡Bueno!... Ahora a lo que íbamos, porque si no esta vida es el cuento de nunca acabar. A ver: el bolso, las píldoras, la despedida....


FIN

miércoles, 25 de enero de 2012

Una Absurda Superstición 47 :

-¿Cómo entras?
-Me las se arreglar... Hay que espabilar para buscarse la vida.
-Dime cómo lo has hecho, no te voy a delatar ni me voy a enfadar.
-No me irá a decir que es usted la dueña...
-Pues sí y la que está enterrada aquí es mi abuela.
-¡Andá! Pero si yo me había pensado que tú..., usted, también era una curranta.
-¿Es que también hay abuelas trabajando aquí?
-Hombre claro. Si hace falta no hay más remedio.
-¿Y a qué se dedican ellas?
-A coger lo que pueden aprovechando los duelos.
-¿Quieres decir que roban?
-Bueno... Pues sí.
-¿Y también se refugian aquí?
-Sí, algunas veces.
-¿Vas a contarme de una vez como lo hacéis si está cerrado con llave?
-Pero abrir una cerradura de estas es una de las cosas más fáciles que hay, mujer, hasta los niños pequeños lo saben hacer.
-¿Vas al colegio?
-Fui hasta que aprendí las letras y algunas cuentas y luego lo dejé para ponerme a trabajar que era más importante.
-¿No te hubiera gustado estudiar un poco más?
-No lo he pensado. ¿Y usted que hace aquí si yo no la he visto nunca?
-¡Pues he venido a quedarme!
-¿A vivir aquí?
-A morirme.

lunes, 23 de enero de 2012

Una Absurda Superstición 46 :

-¿Es que tus padres no trabajan?
-Mi madre vende las flores que le digo ahí fuera algunas veces cuando tenemos suficiente material y, cuando el negocio está flojo, ronda por los supermercados pidiendo ayuda a los señores.
-Limosna quieres decir...
.No, señora, que va. Ya nadie da limosnas. Mi abuelo siempre anda diciendo que cuanto peor es la gente, más desconfía de los vicios ajenos ¿sabe?. Lo que hace mi madre es pedir ayuda en especies: una mujer le paga una lata, otra media docena de huevos, cada cosa tiene su utilidad, hasta los pañales para bebé y eso que soy el benjamín. Lo que nos viene bien lo utilizamos nosotros, lo que no se intercambia con los vecinos y lo sobrante nos lo acaban comprando en los mercadillos.
-¿Y tu padre?
-Trabaja con chatarra pero eso ya da muy poco.
-¿Vende ollas?
-¿El que?
-Ollas, pucheros, cacerolas... Cacharros de cocina.
-Ya no, pero cuando el abuelo era joven se ganaba así la vida y también arreglaba las que estaban rotas y afilaba cuchillos.
.¿Tienes hermanos?
-Ocho más grandes que yo. Y quince sobrinos, ¿que le parece?
-Que debe ser muy divertido vivir en tu casa pero no me has explicado lo que haces aquí, dentro de estas cuatro paredes quiero decir.
-Mujer, pues es fácil de imaginar. Los guardas del cementerio nos persiguen a mi y a mis colegas para impedirnos trabajar y hay que esconderse donde se puede. Cada uno tiene su garita y esta ha sido siempre la mía, es de las mejores, abriga mucho porque no tiene humedades y nunca me ha molestado nadie.

domingo, 22 de enero de 2012

Una Absurda Superstición 45 :

-¡Niño! ¡¿Qué estás haciendo aquí?!
-¡Joer señora!... Eso no se hace en un sitio como este, menudo susto que me ha dado.
-¡Pues anda que tu a mi! ¿Quieres decirme qué buscas o llamo a los encargados?
-No, por favor, que me andan buscando las vueltas y si me pillan son capaces de denunciarme.
.Pues para evitarlo tendrás que convencerme de tus buenas intenciones. ¡Hala! Ya puedes ir empezando que estoy ansiosa por escucharte.
-Soy gitano.
-Y yo paya. Ahora vamos a lo que importa, ¿quieres?
-Pues verá... Es que yo trabajo en el cementerio pero no tengo permiso y como me cojan voy a tener un buen lío. No hago nada malo, no sea desconfiada, solo me ofrezco a la gente para limpiar las lápidas de sus muertos o subirme a las escaleras para retirar las flores secas de los nichos más altos y como ellos están tan apenados no se dan cuenta de lo que hacen y las propinas suelen ser opíparas, aunque no todo el mundo está dispuesto a aceptar mis servicios, pero yo se muy bien a quien me tengo que dirigir. Algunas temporadas el negocio flojea pero entonces retiro las flores de plástico polvorientas y sucias y se las llevo a mi madre que las limpia con mucho primor y así las podemos revender.

viernes, 20 de enero de 2012

Una Absurda Superstición 44 :

-Aquí me tienes, abuela. No te habrás olvidado de la nieta de tus entretelas ¿verdad? ¡Ya he dado la última puntada en mi labor! 

¿Sabes, abuela? Siempre creí que al llegar a vieja encontraría el sentido, o por lo menos un cierto sentido, a nuestra existencia en este mundo y resulta que ahora que ya estoy aquí, instalada en tu compañía para lo que sea que haya al otro lado, lo único cierto es que mi perplejidad lo abarca todo.

Supongo que sabrás y si no es así imaginatelo, que a lo largo de mi vida he sido considerada una loca supersticiosa obsesionada con las quinielas y nadie, ni una sola persona, se ha parado a mirar porque si lo hubiera hecho habría visto lo obvio: que la suerte se paga. Tú me lo enseñaste, no lo he olvidado y aunque quiero que sepas que al principio  pensaba que te burlabas de mí, que pretendías asustarme y más tarde que la cabeza no te regía como es debido, llegado un momento tuve que admitir que tenías razón. He tenido sobradas ocasiones de comprobarlo y sin embargo, cuantas veces he dudado de mí misma y por lo tanto de ti. Es muy difícil resistirse a la presión de la gente, a sus costumbres, a sus opiniones, y aunque siempre he procurado hacer acopio de fuerza y valor, sigo pensando que el coste ha resultado demasiado alto, a veces incluso desproporcionado en exceso. Porque... vamos a ver... ¿Merecía la pena que te murieses para que yo consiguiera un marido? Mira, las cosas nos llegan como son y no hay que intentar forzarlas, ¿porque habrían sido mejores?... No. Porque al menos podríamos escupir al cielo y despotricar contra nuestro aciago destino. Si buscamos la suerte la esperanza nos engaña y si por desgracia llegamos a conseguirla el espejismo es tan deslumbrante que nos confunde y nos separa del objetivo para el que nacemos y que yo, siempre extraviada, no he tenido oportunidad de averiguar cual es, pero que sospecho muy ajeno al dinero y a los zarandeos de todo tipo que provoca su sola mención.

martes, 17 de enero de 2012

Una Absurda Superstición 43 :

Como había previsto de nuevo fui la única acertante de los catorce resultados, pero en esta ocasión envié al chico al banco para que fuera espabilándose porque en adelante no le iba a quedar más remedio que preocuparse por su futuro.

Me sentía ya muy harta de tanta lucha y aunque imagino que mi existencia podría haber dado de si unos cuantos años más, teniendo que depender de la silla rodante ya no me ilusionaba en absoluto la idea. Por otro lado sabía que no se trataba de una depresión pasajera, a lo largo de los años había tenido sobradas ocasiones de atravesar malas etapas pero en cada una de ellas siempre adivinaba una farola alumbrando el final, mientras que ahora la oscuridad, el silencio y el vacío eran absolutos. En definitiva, la que acababa de contraer era mi última hipoteca con el azar.

Un taxista amable me condujo al cementerio y allí, con la ayuda de un enterrador me dirigí al panteón de mi abuela. Con una generosa propina logré que me dejara la llave, preveía que iba a quedarme un buen rato porque, le expliqué lloriqueante, tenía que contar a mi añorada abuelita todo el proceso de mi enfermedad y él, convencido y compadecido, me recomendó que cuando terminase dejara la llave escondida en la jardinera de la izquierda junto al crisantemo blanco y no debía olvidar que el camposanto se cerraba a las ocho, a ver si se me iba a ir el santo al cielo y me quedaba encerrada, que menudo trago sería.

domingo, 15 de enero de 2012

Una Absurda Superstición 42 :

Me sentía algo melancólica, cosa rara en mí, cuando una noche a punto ya de meterme en la cama se presentó el muchacho, pálido, desmejorado, lloroso y se arrodilló ante mí pidiendo perdón. Su novia se había marchado llevándose el dinero y sin explicaciones. Ahora, claro, estaba arrepentido de su comportamiento y avergonzado por su estupidez.

-¿Te das cuenta para lo que sirve el enamoramiento? Pues aprende bien la lección.
-¿Es que siempre es así?
-No. La gente lista procura querer con menos intensidad.
-Pero los sentimientos no se pueden controlar, yo por lo menos soy incapaz.
-Entonces no confraternices mucho con nadie para no correr riesgos encariñándote con quien no debes.
-Pero así la vida se empobrecerá.
-Ya veo lo que te ha enriquecido el amor.
-Perdóneme, se lo suplico.
-Tranquilízate por lo que me atañe y por el resto, en tu calvario tienes la penitencia.
-¿Cómo puede haber personas tan malvadas? Por su culpa...
-Por su culpa nada, no seas ridículo. Solo tu eres responsable de tus actos.
-Yo jamás hubiera hecho por mí cuenta ciertas cosas, lo sé.
-Si. yo también estoy segura de lo que dices, pero justo esta es la clave: convivimos semejantes presionándonos unos a otros en todo momento lo queramos o no. La vida es así, ¿entiendes? A mi siempre me ha resultado muy difícil mantener a flote mis criterios y cuando lo he conseguido he debido pagar altos precios por ello. Supongo que a todos nos pasa igual.
-Yo me tenía por listo. Creía que caminaba un paso por delante de la mayoría y he ido a tropezar con la única chinita que había en la autopista.
-Déjate ya de lamentos ridículos, que no vas a solucionar nada con ellos.
-Pero por mi culpa usted está ahora arruinada.
-Por poco tiempo. Ve a buscar unos impresos de quinielas, anda, que esta semana nos vamos a esmerar.

martes, 10 de enero de 2012

Una Absurda Superstición 41 :

Su fuga no me sorprendió mucho más de lo que me había extrañado el hecho de que fueran capaces de pasar tantos meses tratando de hacerme la vida agradable. Es cierto que habían tenido sus compensaciones pero  creo que algunas cosas más allá de que no tengan precio es que resulta impagable por exorbitante. Tal vez me hubiera dolido su traición de haberme recreado en lamentaciones pero preferí no pensar y considerarlo cancelación de deuda con el azar, de manera que  asunto cerrado, resuelto y concluido.

Me puse en acción una vez más y con el dinero que me habían dejado para una manutención tan escasa que podría haberme muerto de hambre en quince días por frugales que hubieran sido mis comidas, negocié con el casero la devolución de tres de los meses que le habían pagado. Podría haberme buscado otro albergue más económico pero me dio pereza porque no me encontraba en condiciones de pasearme mucho por ahí y además ya sabía bien que el tiempo iba a ser suficiente. Me alcanzó para comer y contratar a una mujer que se hiciera cargo de las tareas domésticas.

Considero la soledad como algo de agradecer, pero era verano y los días vividos desde una silla de ruedas se hacían excesivamente largos. El barrio resultaba fantasmal de tan desierto, todo el mundo de vacaciones, las calles vacías y sin una sola tienda por los alrededores para distraerse mirando escaparates.

viernes, 6 de enero de 2012

Una Absurda Superstición 40 :

Mientras Paje cumplía mis encargos ocupándose de todos los trámites, Maricella, con doncella el nombre resultaba largo e incómodo, atendía los fogones mirando la televisión y yo procuraba descansar para que mi ánimo se serenarse porque no podía olvidar que inmediatamente antes de ingresar en el hospital había contraído una nueva y enorme deuda con la fortuna. Casi seguro que el quebranto de mi salud formaba parte de la amortización pero ¿habría sido suficiente? Los dos muchachos intentaban calmar mi desasosiego diciéndome que la imaginación me perdía, que mis miedos no eran mas que absurdas supersticiones y me mimaban y me atendían y me protegían, pero yo sabía muy bien que debido al abuso faltaba ya muy poco y que la próxima vez sería la definitiva.

-Quiero que me prometáis que el día que me muera me enterrareis en la tumba de mi abuela, bien cerquita de ella, no se os olvide. Ha resultado ser la persona bajo cuyas garras he vivido siempre y es justo que ahora ella tenga que soportar mi compañía en su eternidad. 

Una mañana encontré en el embozo de las sábanas una nota en la que mis aliados explicaban, ¿acaso con ingenuidad?, que no habían podido evitar enamorarse y deseaban vivir su idilio sin ataduras. Como yo apenas tenía ya necesidades se llevaban todo el dinero, pero no debía preocuparme porque dejaban pagado el alquiler de mi vivienda por seis meses y en el cajón de la mesa de la cocina encontraría un remanente suficiente para mi frugal alimentación y respecto al entierro podía quedarme bien tranquila también porque lo dejaban pagado  e instruido en el cementerio conforme a mis deseos. 

miércoles, 4 de enero de 2012

Una Absurda Superstición 39 :

Durante días hablamos y hablamos y al final nos conocíamos tanto como nieto y abuela bien avenidos.

A base de hacerme la remolona dolorosa conseguí que me dieran de alta una semana más tarde que al chico con la finalidad de que pudiera estar todo organizado a mi llegada, porque siguiendo mis instrucciones y por supuesto con mi dinero había alquilado dos apartamentos tipo estudio contiguos, de planta baja para que yo pudiera tener movilidad, donde viviríamos cada uno de nosotros y además había contratado a una agradable jovencita que se ocuparía tanto de mis necesidades como de atender ambas casas. Los tres formamos equipo enseguida.

Por su parte los hijos al enterarse de que me había instalado en compañía de un joven varón estuvieron a punto de denunciarme y encerrarme figurándose perversiones al alcance solo de su corto entendimiento. Pudimos evitarlo gracias al imaginario romance que inventamos alrededor de mis dos acompañantes aunque su desconfianza persistió, sabedores como eran de que una vez más poseía un capital considerable y es sabido que el dinero genera todo tipo de suspicacias y malicias. Para su tranquilidad y para conseguir que me dejaran en paz otorgué un testamento por el que nombraba herederos universales a partes iguales a todos los hijos y cuyos efectos fueron como mano de santo. Se retiraron sin preocuparse ya de usos y apariencias sociales, normas y prejuicios morales, ni deficiencias en la salud de su madre. Con dinero... se barniza todo.

lunes, 2 de enero de 2012

Una Absurda Superstición 38 :

-¿Necesita encontrar a alguien?
-¿A ti que te importa? ¿Quién eres tú?
-Me hospedo en aquella habitación hasta que mi pierna se ponga bien y desde el día que ingresé para ser operado me he estado fijando en usted por la atención con la que observa a todo el mundo.
-Te equivocas. No a todo el mundo porque muchos no me interesan. Y, por favor, déjame sola que estoy ocupada.
-¿No me estará buscando a mí?
-Tus facultades físicas no son mucho mejores que las mías. Los dos dejamos bastante que desear.
-Pero yo soy joven y voy a recuperarme.
-Eres un descarado. Lárgate, ¿quieres?
-Usted me cae muy bien y por eso me he acercado. No pretendo ser irrespetuoso, es solo que hablo con claridad para que después no haya malos entendidos. En serio que no pretendía ofenderla. Perdóneme.
-Está bien, ahora vete.
-No antes de que me haya escuchado un ratito. Después sí, me voy y no vuelvo a molestarla nunca más. Hágame ese favor, ¿qué le suponen diez minutos?
-Vamos, adelante. Te escucho.
-Tengo la impresión de que usted busca a alguien con algún fin. Mi alma es aventurera y de momento me conformo con trabajar como mensajero, precisamente una caída de la moto me despachurró la pierna, pero quedará bien. Estoy solo, mis padres viven lejos y no tengo cargas familiares. No se cuales son sus propósitos, pero a lo mejor su persona podría ser yo, piénselo. Estoy dispuesto a casi todo y apostaría a que mis casis tampoco entran en sus proyectos por lo que siempre estaríamos de acuerdo y por el momento tampoco tengo grandes necesidades económicas, de manera que debería meditarlo.
-¿Por qué un joven como tú querría trabajar para una vieja inválida?
-Me gusta mucho la vida y siento una gran curiosidad por conocer las maldades que guarda una anciana en su cabeza.
-Eres perverso.
-Sí.
-¿Por qué supones que puedes llegar a conocer mis maldades como tu dices?
-Me he fijado cuando viene su familia a visitarla. Todos ellos gente bien, adinerada, ¿a que sí? Creo que las relaciones entre ustedes no son buenas y por comentarios perdidos en el pasillo y en la sala de espera deduzco más bien que están en pie de guerra y que usted ahora, a causa de su enfermedad, necesita un paladín.
-Astuto, también.
-Sí.
-Buenas cualidades. ¿Y los defectos?
-Aún soy aprendiz inexperto. Piense en ello, en serio. No volveré a molestarla pero si me necesita ya sabe donde está mi habitación.
-Espera, no te vayas todavía. Negociemos. ¿Cuales son tus condiciones?
-No tengo. ¿Y las suyas?

viernes, 30 de diciembre de 2011

Una Absurda Superstición 37 :

Alguien debió avisar a mis hijos que hicieron un par de visitas de compromiso durante los meses que estuve ingresada y también ellos, ignorantes de mi auténtico estado físico, hablaban de residencias para inválidos, se lamentaban de tantísimos trastornos, se referían a no se que cargas injustas. Les comprendía porque verdaderamente solo cuando eran muy pequeños fuimos una familia y de eso hacía  una eternidad. No querían saber nada de mí, ni yo de ellos tampoco, de manera que tenía que esforzarme cuando menos en hablar si es que quería evitar el futuro que me estaban organizando y sobre todo porque se me habían quedado pendientes proyectos importantes.

Me entrenaba por las noches cuando nadie podía verme ni me oían y un día cuando los doctores hacían sus visitas de rutina hablé, malamente porque mi boca y su lengua no se articulaban como es debido, pero pude hacerme entender y a partir de entonces comencé un proceso de rehabilitación que no me devolvió las antíguas facultades pero me permitió mejorar la pronunciación y repuso en mi cuerpo el movimiento suficiente para ser autónomo y, aunque por comodidad me desplazaba en silla de ruedas, conseguí caminar ayudándome con muletas primero y después con solo un bastón. Al parecer había logrado mejorías que iban más allá de las expectativas del más optimista de los médicos y debía de estar muy contenta.

Como resultaba evidente que en adelante necesitaría ayuda me propuse buscar una ahijada, alguien de una cuerda parecida más o menos afín, que fuese mi mano derecha y a quien pudiese encomendar determinadas gestiones. Con ese objetivo comencé a examinar con detenimiento a todos los  que trajinaban a mi alrededor.

martes, 27 de diciembre de 2011

Una Absurda Superstición 36 :

Oía jaleo a mi alrededor, mucho barullo de gente que iba y venía, me alzaban y me bajaban, pero no podía preguntar qué estaba pasando porque no era capaz de hacer sonar mis palabras y tampoco podía mover ninguno de mis brazos para hacerme entender por señas. 

El aturdimiento comenzó a disiparse después de llevar un buen rato tumbada en la cama del hospital.

Ya despejada recordé cómo de súbito había sentido un leve mareo y luego el alboroto de toda aquella gente que pedía ayuda y avisaba a una ambulancia. Creo que ahora tengo una deuda vital con la vecina cotilla.

Mi pensamiento trabajaba como de costumbre pero ni la voz ni los movimientos me funcionaban. Los sanitarios creían que tampoco oía y por eso los médicos reflexionaban en voz alta cuando me reconocían, las enfermeras relataban mi proceso a quien mostrase el menor interés y auxiliares y celadores cotorreaban a sus anchas en mi presencia acerca de mi calamitosa salud y así es como me fui enterando de lo que me había pasado, cuál era el proceso de la enfermedad y las repercusiones que me acarrearía y comprendí que jamás podría recuperar mi vida anterior. Buen ajuste de cuentas.

sábado, 24 de diciembre de 2011

Una Absurda Superstición 35 :

De regreso a la pensión llamé durante un buen rato a la puerta y estaba a punto de marcharme a dar un paseo imaginando que la patrona habría salido a comprar cuando la vecina de enfrente, hablándome desde la mirilla de su puerta que permanecía herméticamente cerrada, me explicó que la doña estaba dentro porque no había salido en ningún momento de modo que una de dos, o la había hecho alguna pifia y no quería saber nada de mí, o le había ocurrido algo malo. En aquel edificio no había portero y el vecindario no estaba dispuesto a fiarse de desconocidos por lo que no me quedó más remedio que bajar a la calle y buscar a un guardia. La policía encontró a la mujer tendida en su cama y muerta, con un papel en la mano en el que había escrito que su casa la legaba a su última huéspeda, una buena persona y una mujer agradable.

Aunque la semana siguiente tenía previsto cambiar de domicilio, más que nada para entretenerme mientras tanto empleé todo el día del sábado en asear y hacer un poco de orden en aquel estercolero, mezcla de chatarrería y almacén de antigüedades abandonado y así el domingo, a la hora de la retransmisión de los partidos pude sentarme con suficiente comodidad a comprobar los resultados de mis quinielas.

..............

Bien. Ya la tenía. El lunes por la mañana acudiría temprano a depositar la papeleta en un banco y a partir de ese momento ya podría disponer de dinero en abundancia, aunque aún no debía hacerme muchas ilusiones porque ya sabía yo que se precisan dos suertes: acertar y que acierten pocos. Pero no dudaba que la poderosa maldición de mi abuela continuaba vigente, que iba a ser incluso vitalicia y pude constatarlo. Un único acertante de catorce. ¡Ole! Ahora debía elaborar una relación de tareas, planearlas y establecer prioridades. Tenía por delante el asunto del hospital de mendigos, el de los trasplantes, el futuro de Chica y también mis hijos con los que quería tener algún detalle, sin olvidarme en particular de la nuera que me había ayudado. Y mi abuela que con toda seguridad iba a necesitar mejoras en su residencia sepulcral. Después, si me sentía con ganas, tal vez visitaría a la barragana aquella que se llevó a su hija despojándome de mi niña y, por cierto, aquellos amigos... no, ellos murieron entonces.

viernes, 23 de diciembre de 2011

Una Absurda Superstición 34 :

Por eso entré en un bar y después de tomar un café con leche muy calentito ensopado con un par de churros en la barra, me senté en una mesa que miraba a la calle y con aplicación y primor rellené, con aquel mismo fervor mágico de la infancia, un taco de boletos de quinielas que después entregué para sellar al camarero que montaba guardia en la garita presidencial del local situada entre la puerta de la cocina y la de los aseos.

Abonadas las apuestas mi monedero se había vuelto a desinflar, pero no era cosa de preocuparse porque tres días más tarde, el lunes, todo volvería a ser en apariencia más sencillo y hasta entonces tenía un jergón para dormir y comida puesto que había tenido la previsión de abastecer mi despensa con unas latas y pan de molde. En otras épocas la precariedad de este suministro hubiera podido deprimirme pero ya era capaz de acumular excedentes hasta de la miseria.

miércoles, 21 de diciembre de 2011

Una Absurda Superstición 33 :

Tenía mucha tarea por delante y sobre todo debía prepararme para asumir la responsabilidad más importante de toda mi existencia.

Me encaminé a una iglesia porque deseaba un ratito de reflexión en un lugar sagrado pero la cuarta que encontré también estaba cerrada; parece ser que ahora hay que pedir cita previa para visitar a los santos y desistí.

Me senté en uno de los bancos de un parque y, a falta de otro interlocutor, ofrecí mis saludos al sol que llegaba y le pedí consejo.

Sí. Definitiva y rotundamente hay que hacer lo debido.

martes, 20 de diciembre de 2011

Una Absurda Superstición 32 :

Ya con el dinero en la mano me urgía encontrar una pensión barata en la que alquilar una habitación para poder pasar unas noches a resguardo, que no era cosa por lo visto de andarse jugando con la salud. Pero hay que ver lo caro que resulta subsistir cuando no se dispone de posibles.

El cansancio comenzaba a pesarme y ya me veía trasnochando a la intemperie con el único cobijo del portal de algún establecimiento elegante, cuando por fortuna en el último intento encontré lo que buscaba. El precio por dormir resultaba irrisorio incluso para mí que tanto miraba el céntimo para estirarlo hasta donde fuera posible y es que según me explicó la patrona hacía tiempo que ya no recibía clientes... "Ahora la gente se ha vuelto muy presumida -decía- y prefiere empeñarse para dormir en un hotel estrellado", de manera que si las necesidades me apretaban mucho ni siquiera tenía que pagar porque ella no iba a salir de pobre.

Cuando cerré la puerta del que era mi dormitorio comprendí la ausencia de parroquianos intentando evitar una arcada. Todo estaba asquerosamente sucio, hasta en el picapaorte de la puerta se pegaban las manos. Con los dedos alcé un poco la esquina de las raídas mantas y examiné las sábanas que también se veían mugrientas, por lo que preferí acostarme vestida encima del cobertor que, aunque cochambroso, estaba como es lógico más aireado. La fatiga me venció y nada más colocarme en posición horizontal caí en sueño profundo olvidando las diferentes especies de bichos que sin duda saldrían a pasear por su territorio, que ahora incluía mi cuerpo inmóvil.

La mañana siguiente madrugué tanto que ni en la pensión, ni en la vecindad, ningún ruido indicaba que hubiese comenzado aún la jornada cuando salí a la calle.

sábado, 17 de diciembre de 2011

Una Absurda Superstición 31 :

Cualquiera puede figurarse que inmediatamente mi futuro comenzó a llenarse de planes. Pero por el momento solo debía sanar, de modo que a partir de entonces procuré poner todo mi empeño en volver a estar fuerte lo más pronto posible. Llevó algún tiempo la curación porque parece ser que mis pulmones se habían resentido mucho y por lo que me dijeron, porque yo no notaba nada anormal, también mis huesos habían sufrido con la humedad de la tierra. Pasé pues una buena temporada en el hospital y aunque la estancia me resultó una especie de cura de reposo equiparable a las que siempre he imaginado que hacen los ricos en los balnearios, tuve mientras tanto sobradas oportunidades de comprobar las calamidades que se escondían bajo las harapientas sábanas de aquel miserable lazareto. Nunca había ni pensado que pudieran existir lugares así en el mundo, fuera de ciertos libros y películas, pero ahí estaba, real como el sol que cada día nos alumbra.

Cuando me dieron de alta y puesto que mi economía estaba más que nunca bajo mínimos, se me ocurrió visitar a los hijos para conseguir algún dinero con el que ir tirando durante unos días, que eran los que necesitaría para volver a reunir una fortuna. Sabía como hacerlo y me llevaría muy poco tiempo. Pero aquellos hombres y mujeres a los que un día parí se negaron a escucharme. Debía acatar sus normas y dejarme de locuras, me dijeron. Una residencia de ancianos, una nueva estadía en una loquería, el más generoso me ofreció vivir en su casa con su familia aunque, eso sí, en ningún momento me saltaría la raya de lo establecido porque en ese caso se verían obligados, en contra de sus deseos, a encerrarme.

No les escuché, a ninguno de ellos atendí y ya me iba sin dirección, a cualquier sitio que estuviera lo más alejado de ellos, cuando una de mis nueras me alcanzó después de haberse dado una buena carrera por la calle, porque yo aún era capaz de caminar muy deprisa y la sacaba un par de manzanas de ventaja. Se limitó a poner en mi mano dinero en forma de billetes muy bien enrolladitos y desearme buena suerte antes de dar media vuelta y echar a correr. Qué extraño, me dije, esta chica nunca me ha resultado ni siquiera agradable y hubiera jurado que ella sentía lo mismo por mí y sin embargo, mira tú por donde, ha sido la única que me ha tendido una mano. Qué curiosas resultamos las personas.

jueves, 15 de diciembre de 2011

Una Absurda Superstición 30 :

-¿Y qué hacía usted entonces allí, en un sitio tan apartado y solitario? ¿Se perdió tal vez?
-Sí, me parece que sí... Eso fue, que me extravié. Ahora me siento muy cansada, ¿podría dormir un poco?
-Faltaría más, descanse todo lo que quiera.


-¡Señor!... ¿Donde habré venido a parar que hasta las moscas me llaman abuela y me interrogan como si hubiera cometido un delito?
-No me negará usted que irse a pasar unos días a cuerpo gentil en mitad del campo en pleno invierno es, cuando menos, chocante.
-¿Y tú quien eres y por qué te metes en mis cosas?
-Como compartimos habitación y puesto que usted habla en voz alta, he creído que tenia derecho a inmiscuirme un poquitín en su vida.
-Pues te has equivocado. ¿Cómo te llamas, cuantos años tienes y por qué estás aquí?
-Me llamo Chica, tengo diecinueve años y estoy aquí porque esto es un hospital y yo estoy enferma. ¿Cómo se llama usted?
-Abuela. Ahora me llaman abuela.
-Es verdad que mi nombre es Chica. Siempre me ha llamado así todo el mundo y a mi me gusta, pero a usted lo de abuela le molesta.
-Te equivocas otra vez. He perdido la memoria y desde ahora mi nombre es Abuela.
-Vamos, que la abuela desmemoriada no quiere hablar.
-Eso mismo.
-Está bien.

-....

-Chica, ¿quieres hablar?
-Sí. Yo sí.
-¿Qué es lo que tienes? ¿Cual es tu enfermedad?
-Asunto de trasplantes. El corazón.
-¿Y estás tan mal como para no poder vivir en tu casa?
-Estoy mal, desde luego. Casa no tengo y familia como si dijéramos tampoco. Me permiten estar aquí para alimentarme bien mientras llega un donante. Eso es lo que me dicen pero yo no soy tonta y se lo que pasa, que todas las donaciones van a parar a hospitales de marca para gentes con familias que luchan y velan por ellos. Este es un hospital de beneficencia para indigentes, sé muy bien que aquí no llegará ningún recambio.
-Oye Chica, no te entristezcas. ¿Por qué no extravías la memoria como he hecho yo? Te olvidas del pasado y viviendo en el presente haces proyectos para mañana. Seguro que algo bueno se nos va a ocurrir a las dos si pensamos juntas. Óyeme... Entonces... ¿Dices que este es un hospital para mendigos?
-Si. Un honor, ¿no le parece?
-Para mí sí. Acumulando experiencias se aprende.

martes, 13 de diciembre de 2011

Una Absurda Superstición 29 :

¿Acaso hubiera deseado ser trapecista en un circo o titiritero ambulante? Porque sí así era podría ir olvidándome también de ello, ya tenía demasiada edad y ese y ningún otro era el auténtico problema, que me había hecho vieja. Demasiado vieja para todo. Me decía a mí misma que no era posible, yo era la de siempre, mi cuerpo no acusaba ningún achaque y solo unas cuantas canas en la melena. ¿Por qué no iba a haber una actividad útil para mí en cualquier sitio?

Por más que pensé y pensé no se me ocurría nada, era como si hubiese entrado en una cueva oscurísima, pero no me asusté porque sabía que más pronto que tarde acabaría por salir.

Recuerdo que durante un par de días anduve por el campo sin un destino determinado y dormía, bien arrebujada en mi abrigo, al resguardo de tupidos matorrales.

-¿Y qué comió usted durante esos días?
-No lo recuerdo, francamente.
-Pues nada, mujer, no comió usted nada. La familia que la encontró nos dijo que algunos vecinos la dieron algún bocadillo que otro pero como durante días y más días no volvían a saber de usted... Así está en el estado en que está.
-¿Qué estado es ese?
-Podría haberse muerto, ¿comprende? De desnutrición y de frio. No ha sido fácil reanimarla. ¿Es que no tiene usted familia?
-...No. No tengo a nadie. Tampoco tengo casa ni dinero.
-¿Intentaba usted dejarse morir en el campo?
-¡Por dios, hija, qué ocurrencia! De ninguna de las maneras.