jueves, 6 de enero de 2011

Aquellos sastres fueron nueve 4:

Se me otorgaron cuatro pisos que aún conservo. En cada uno de ellos catorce corralillos y en el bajo, además del chiscón de la portería, solo negocios: pastelería y ultramarinos en la fachada de la calle, el tinte y la carpintería en los esquinazos del solar y, repartidos entre medias a derecha e izquierda, estaban la planchadora, el fontanero, el remendón de zapatos, una academia de música y la bordadora. Así fue durante mucho tiempo y hace poco, como quien dice antes de ayer, los cambios estéticos lo transformaron todo, primero trastornándolo y después, como a todo se acostumbra uno, pues... ¡en fín!... que no está tan mal, es justo reconocerlo.
Ahora solo hay ocho viviendas en cada piso, amplias y cómodas, lo mismo que en el bajo donde solo han quedado los locales comerciales que dan a la calle y la antigua porteria que ahora es cuarto de contadores. Sin embargo, insisto, aún reconociendo que los cambios han sido todos para mi bien y para el bien de los míos, me ha quedado un vacío enorme, tan grande que me parece imposible que pueda volverse a llenar. Tal vez sean los cambios de la vida nada más y no se me haya arrebatado nada... no lo se, con franqueza, pero el caso es que fui despojada del bullicio, del alboroto permanente de tanta gente, risas, canciones, riñas, llantos, olores, ruidos, juegos...

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