jueves, 14 de abril de 2011

Las Mascotas 10:

-Madre, lo estáis malinterpretando. Es un regalo para los niños con todo mi afecto. Para que os convenzáis de una vez las dos, mi hermana y tú, de que los quiero. ¡No, mamá! ¡Si ella no me cree no me importa, pero créeme tú, mamá!
No, no quisieron creerla, o no pudieron con aquellas mentes suyas abotargadas de agilidad y talento. Bien, pues les odiaría ya que tanto insistían y para ella resultaba más cómodo no tenerse que esforzar.
Anita está de nuevo internada y tal vez para mucho tiempo porque tiene escuchado por ahí que es difícil sobreponerse a las recaídas, pero ella no comprende ninguno de los "por qués", ni siquiera de los que han causado que vuelva ella a estar lejos de su casa. Es cierto, lo reconoce, que no ha entendido... aún. Se esfuerza haciendo memoria para recordar lo que sucedió aquel día, intentando dar con una explicación, pero es inútil. No ocurrió nada importante antes del jaleo, nada que tuviera un interés especial...
Después del desayuno había pasado la mañana ultimando los detalles para que cuando los pequeñines despertaran de la siesta tuvieran la agradable sorpresa de encontrar cada uno a su pareja de mascotas. Semejante regalo había supuesto muchísimo trabajo y una gran cantidad de paciencia, pero mereció la pena porque las tortugas quedaron lindas de verdad. Los caparazones que recuperó en el desván estaban vacíos y así no eran un obsequio digno de sus sobrinos, de manera que tuvo que dar mil vueltas a su cabeza buscando soluciones días y más días pero por fin llegaron las ideas: lombrices del jardín unidas por la colita con un trozo de bramante a la medida que cruzase el interior de la concha serían unas patitas y un rabito excelentes. Las cabecitas resultaron algo más complicadas hasta que recordó que una de las vecinas criaba pájaros y, entre tantos, si cogía cuatro seguro que ni lo notaría; eran tan pequeñitos que no tuvo dificultad con las tijeras para separar las cabecitas que necesitaba, ni siquiera para recortar los picos que hubieran quedado ridículos en unas tortugas. Después, una aguja de coser lana, otra hebra de cordel y... ¡mascotas dispuestas!
Con la emoción anticipada de pensar en la alegría que iba a dar a sus sobrinos solo tuvo tiempo para colocar su regalo en las dos cunas y sentarse, llena de impaciencia, a esperar que despertaran.
Luego... Aquel escándalo... Tanta confusión... ¡¡Ya!! Aquí llegaba el entendimiento... ¿O no lo era todavía?... Con las prisas de la sorpresa tal vez no había recogido los materiales y a lo mejor el desorden había provocado el sofocón que...
Mañana... Mañana...
FIN

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