sábado, 23 de abril de 2011

Aquellos sastres fueron nueve 24:


Por la noche se acostaba agotado de tanto reflexionar y comparar la realidad que le rodea con el pasado que considera impecable; desmoralizado por la incapacidad de la gente para darse cuenta de las cosas y apreciar lo que es mejor, jamás se le ocurre, en medio de sus cavilaciones, contemplar la posibilidad de que aquello no sea adecuado hoy. Tiene en su alma una especie de idea medio mágica de que la actual es una época de despiste colectivo que pasará y todo volverá a ordenarse... como entonces. Y, por supuesto, ha borrado de su pensamiento las hipocresías y falsedades a las que la gente se veía obligada en nombre de lo debido. No se levanta mejor, casi casi al contrario, agobiado por el pensamiento de otro día ingrato sin apenas mas momento de satisfacción que el de la música y que ya a estas alturas ni siquiera es lo que fué. Está impaciente por morir y en cada una de sus oraciones ofrece al cielo argumentos de persuasión, pero su buena salud no le acompaña.
Mi opinión es que se ha convertido en un viejo egoísta. Alguien diría que por culpa de la soledad, pero yo no lo creo; he conocido solitarios que, precisamente por la ausencia de los otros, se han hecho tolerantes, algunos hasta la excentricidad.

A las diez menos cinco Lázaro bajó las escaleras y dio un par de golpecitos con los nudillos en la puerta de Mariola para avisarla.
-¡Listos! -dijo ella, que le esperaba, guardándose las llaves en el bolsillo-. ¿Habrá llegado ya?
-Lo ignoro, pero vayamos a la zona de obras y si hay que esperar esperaremos.
Atravesaron mi bonito patio sin apresuramiento y sin embargo sin fijarse tampoco en nada, ¡una lástima!, consecuencia de la rutina, porque es una preciosidad de la que merece la pena disfrutar.

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