miércoles, 20 de julio de 2011

Aquellos sastres fueron nueve 30:

-Sí, a ver qué dicen los demás.
-¿Que tal se ha comportado Lázaro?
-En su línea de correcta caballerosidad, ya sabes como es.
-A mí me desquicia la paciencia, es tan relamido que me entran ganas de zarandearle cuando hablo con él.
-Es muy buena persona, Inés.
-No lo discuto, pero además un viejo maniático que va dejando una estela de arrogancia por donde pasa.
-Que no, te lo aseguro. Es su timidez lo que le hace parecer distante.
-Pues la timidez debe quedarse en la infancia para no convertirse en grosería y él ya tiene unos añitos.
-¡Que pesada te pones con el pobre hombre! ¿A que el del 4ºA no tiene tantos defectos?
-¿Agustín?
-Sí, Agustincito...
-¿A que viene ese tonillo?
-¿Acaso no se ha convertido en el niño de tus ojos?
-Hace mucho que mis ojos se cansaron de todos los niños, ya lo sabes. Agustín es de trato agradable y natural y su conversación me resulta cómoda aunque -apoya una mano en el brazo de la amiga mirándola con malicia- para gustos están los colores, ¡Mariolita!
-¡Anda ya con las bobadas! Oye, ¿que tal los tuyos?
-Peor que la última vez que hablamos. Decididos a reclamar en juicio la legítima de su padre. Siempre han sabido que teníamos separación de bienes y que él era un desgraciado que no tenía donde caerse muerto, pero... ¡no se lo quieren creer! Prefieren soñar que les he engañado y que un juez me va a obligar a repartir con ellos lo que aún no han podido rapiñarme.

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