jueves, 1 de septiembre de 2011

Aquellos sastres fueron nueve 43:

A mi edad y con todo lo vivido puede parecer una ridiculez que me emocionara con la presentación de mi vecina nueva pero así fue.
Solo era una más de tantísimas a lo largo de los años y ninguna otra cosa. Para colmo tenía un nombre bobo, eMé, que nada significaba y una edad más que setentona aunque reconozco que sin mi experiencia y por su aspecto costaba trabajo calculársela; claro que las cosas nunca paran de cambiar y los que hace unos años eran ancianos achacosos con un pie en la sepultura ahora, a la misma edad, son gente de buen ver y no digamos ya si se hacen retoques de cirugía. Pero no era este el caso de eMé porque ella no solo ejercía de mayor sino que... ¡parecía orgullosa de serlo!

Sea como fuere, se me presentó, ¡sí!, ¡a mí! Y durante un momento me sentí atendida, valorada y aceptada de una manera que no había conocido hasta entonces, por eso que nadie se extrañe de que esta mujer desconocida me gustara enseguida y no solo eso, sino que con el paso de los días, a medida que nos íbamos conociendo, acabase por acogerla entre mis predilectos.

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