martes, 27 de septiembre de 2011

De las Cosas de los Días



El Desayuno del Gato


Cada mañana camino un puñado de kilómetros para ir a comprar el pan. Lo prefiero a cualquier gimnasio y es mucho más económico.

Hace unos meses, cuando aún hacía frío, me fijé en una mujer que abría una pequeña lata de comida para ofrecérsela a un gatito pequeñín que estaba encogido junto al muro de una fachada soleada. Caí en la cuenta de que no era la primera vez que los veía aunque sin prestar atención y comencé a observarles cada día.

La mujer, de unos cuarenta años, coloca el recipiente abierto en el suelo, a resguardo de cualquier amenaza y el gatito, que la espera agazapado entre los arbustos urbanos, sale muy despacio, temeroso, con todos sus sistemas de alerta activados. Le habla con cariño que se trasluce en su expresión y solo entonces él se anima a ir acercándose poquito a poco. Mientras el animalito come, ella no se aparta de su lado procurando protegerle.

Al principio yo reducía el ritmo de mi marcha cuando pasaba por aquella calle para poder observar la escena que me emocionaba y también porque sabía que de otra manera mi velocidad asustaría al gato que sin duda huiría, como en alguna ocasión lamentable había ocurrido. No están todos los días, dos o tres a la semana quizá o, tal vez ese desayuno no tenga un horario fijo y no coincida con ellos porque la mujer sale hacia diferentes actividades, o llega... Lo ignoro todo.

Está comenzando el otoño y la mujer y el gato, que se ha hecho mayor aunque ha crecido poco y ya no tiene miedo, mantienen su ritual, solo que su afecto ahora se ha incrementado de tal manera que cambio de acera para no interferir en la corriente de intimidad que casi casi podría palparse y a pesar de que no puedo oírles sé que hablan y sobre todo se miran con tanto, tantísimo cariño que... ¿Sería muy estúpido confesar que en ocasiones me ha brotado alguna lágrima observándoles?

Me pregunto qué circunstancias les impiden vivir juntos porque ella no es una alimentadora de gatos de barriada, no, resulta evidente que sus atenciones y su afecto sólo son para él.

De cualquier manera, verlos me provoca una sonrisa de reconciliación con el día a día.

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