Me sentía algo melancólica, cosa rara en mí, cuando una noche a punto ya de meterme en la cama se presentó el muchacho, pálido, desmejorado, lloroso y se arrodilló ante mí pidiendo perdón. Su novia se había marchado llevándose el dinero y sin explicaciones. Ahora, claro, estaba arrepentido de su comportamiento y avergonzado por su estupidez.
-¿Te das cuenta para lo que sirve el enamoramiento? Pues aprende bien la lección.
-¿Es que siempre es así?
-No. La gente lista procura querer con menos intensidad.
-Pero los sentimientos no se pueden controlar, yo por lo menos soy incapaz.
-Entonces no confraternices mucho con nadie para no correr riesgos encariñándote con quien no debes.
-Pero así la vida se empobrecerá.
-Ya veo lo que te ha enriquecido el amor.
-Perdóneme, se lo suplico.
-Tranquilízate por lo que me atañe y por el resto, en tu calvario tienes la penitencia.
-¿Cómo puede haber personas tan malvadas? Por su culpa...
-Por su culpa nada, no seas ridículo. Solo tu eres responsable de tus actos.
-Yo jamás hubiera hecho por mí cuenta ciertas cosas, lo sé.
-Si. yo también estoy segura de lo que dices, pero justo esta es la clave: convivimos semejantes presionándonos unos a otros en todo momento lo queramos o no. La vida es así, ¿entiendes? A mi siempre me ha resultado muy difícil mantener a flote mis criterios y cuando lo he conseguido he debido pagar altos precios por ello. Supongo que a todos nos pasa igual.
-Yo me tenía por listo. Creía que caminaba un paso por delante de la mayoría y he ido a tropezar con la única chinita que había en la autopista.
-Déjate ya de lamentos ridículos, que no vas a solucionar nada con ellos.
-Pero por mi culpa usted está ahora arruinada.
-Por poco tiempo. Ve a buscar unos impresos de quinielas, anda, que esta semana nos vamos a esmerar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario