Su fuga no me sorprendió mucho más de lo que me había extrañado el hecho de que fueran capaces de pasar tantos meses tratando de hacerme la vida agradable. Es cierto que habían tenido sus compensaciones pero creo que algunas cosas más allá de que no tengan precio es que resulta impagable por exorbitante. Tal vez me hubiera dolido su traición de haberme recreado en lamentaciones pero preferí no pensar y considerarlo cancelación de deuda con el azar, de manera que asunto cerrado, resuelto y concluido.
Me puse en acción una vez más y con el dinero que me habían dejado para una manutención tan escasa que podría haberme muerto de hambre en quince días por frugales que hubieran sido mis comidas, negocié con el casero la devolución de tres de los meses que le habían pagado. Podría haberme buscado otro albergue más económico pero me dio pereza porque no me encontraba en condiciones de pasearme mucho por ahí y además ya sabía bien que el tiempo iba a ser suficiente. Me alcanzó para comer y contratar a una mujer que se hiciera cargo de las tareas domésticas.
Considero la soledad como algo de agradecer, pero era verano y los días vividos desde una silla de ruedas se hacían excesivamente largos. El barrio resultaba fantasmal de tan desierto, todo el mundo de vacaciones, las calles vacías y sin una sola tienda por los alrededores para distraerse mirando escaparates.
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