-... cada contador estaba en la vivienda que corespondía y que había porteros en cada edificio aunque fuese humilde. Nosotros, hasta poco antes de la primera restauración, tuvimos un matrimonio viviendo ahí que se repartía las tareas de limpieza de escaleras, recogida de basuras, recados y todo eso, ya sabéis. Al enviudar continuó sola la mujer pero ya era mayor también y se quedaba sentada en el chiscón con una manta en las rodillas aunque fuese verano, vigilaba a todo el que entraba y salia y cotilleaba con unos y con otros. Cuando ella murió se hizo ahí mismo el velatorio.
-¿El féretro estuvo en la portería? Yo no me acuerdo.
-Estarías de vacaciones. Esa era su casa y todos los vecinos desfilaron delante, incluso los del bariio.
-¡Jesús! -Mariola sonreía colocándose el pelo tras las orejas.
-Era la costumbre de la época -la fulminó Inés con la mirada-. El casero contrató luego a un par de personas, pero ninguna duró mucho tiempo en el trabajo y al final la portería quedó vacía. Después de la venta de los pisos y las reformas se prescindió definitivamente de porteros y porterías.
-¿Recuerdas si cuando estaba la portería había desde ahí algún acceso a un sótano? -le preguntó eMé con amabilidad y simpatía en la mirada.
-¿Alguna trampilla quieres decir?
-Sí, o cualquier otra cosa parecida.
-Ni idea. Por entonces no me interesaban las minucias ajenas, bastante tenía con lo mío. ¡Que te cuente Mariola una tarde que esteis aburridas, que te cuente!
-¿Y a los lados de la portería quien había, Inés? -continuó eMé.
-A ver, toda la vida hasta hace nada, una pastelería en el local que pasaba de padres a hijos, pero lo que era la familia vivía en el cuarto piso y ahí solo trabajaban. Y al otro lado, Raquel la bordadora.
-¿Que sí vivía ahí?
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