martes, 7 de febrero de 2012

Aquellos sastres fueron nueve 54 :

La mañana siguiente no pude por menos que despertarla a pesar de los poco que yo sabía que había descansado. El nieto estaba en el trabajo desde hacía un buen rato y dos vecinas hablaban de asuntos interesantes. Me escuchó e inmediatamente se puso en movimiento. Una ducha rápìda, un café bebido y en quince minutos llamaba a la puerta de Mariola.

-¡Buenos días, eMé! ¿Es que pasa algo?
-Buenos días. No que yo sepa. Es que me gustaría preguntarte un par cosas si no es mal momento.
-Estoy de vacaciones -contestó con una sonrisa mientras se echaba a un lado para abrir la puerta de par en par-. Pasa, por favor. Mira, esta es Inés, del D y C, ¡todo suyo! Sus padres ya vivían aquí cuando ella nació. Inés, esta es eMé, la abuela de Bruno, el chico de las obras ya sabes y vive en el G.
-Encantada.
-Yo también lo estoy, Inés.
-¿Os dais cuenta de que la planta baja es nuestra?
-¿Y qué? -preguntó Inés con su sequedad habitual.
-¡Y nada! Mujer, solo era una broma.
-Absurda y que no viene a cuento.
-Como quieras. ¿Alguna novedad eMé? Inés es amiga de confianza y está más al tanto de todo que cualquiera del vecindario.
-Pero no porque sea una cotilla sino porque a duras penas puedo moverme y me entretengo detrás de los cristales mirando el patio.
-Inés, eMé no te conoce aún y le estás dando una imagen de bordez que para qué.
-Haceros la idea de que ciertas cosas me importan muy poco.
-¿Sabéis quien vivía antes, o antiguamente, en lo que es el cuarto de contadores?
-La portera -fue la rápida y escueta respuesta de Inés-. No me mires así -dirigiéndose a Mariola- tienes edad para saber que antes...
-Y lo se. Continúa, anda.

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