domingo, 4 de marzo de 2012

El Pedregal 1

Timoteo y Mateo están en la orilla del mar lanzando piedras al agua en una escena de sobra conocida en la que  por sus gestos se aprecia una intención didáctica: el niño entregado, escucha absorto la enseñanza que el abuelo le dedica y juntos ejecutan lo que parece una ceremonia.

Inmóviles y con las cabezas inclinadas sobre el pecho en gesto de recogimiento, concentrados, instantes después se agachan e introducen la mano en la arena comprobando que el agua les cubra la mitad del antebrazo, erguidos luego sujetan caído el puño cerrado que gotea con la otra mano,  lo abren y observan unos instantes la piedra que agarra, cierran los ojos, inclinan la cabeza asintiendo y vuelven a abatir los dedos para lanzar las respectivas piedras contra una ola elegida y distante.

El invierno está a punto de acabar pero aún hace frío y su ropa ahora mojada es de abrigo.
La playa y sus alrededores están tan desiertos que ni vegetación hay, solo piedras.
Piedras de mil tamaños, formas y colores en cualquier dirección hasta donde alcanza la vista.

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