sábado, 22 de enero de 2011

Aquellos sastres fueron nueve 9:

En el 2ºA viven Benjamín y Crispín, hermanos cincuentones y solteros los dos que me hacen sufrir... Sí, porque los conozco desde su cuna. Los padres y antes sus abuelos ya eran vecinos del barrio, dueños de la vaquería y el despacho de leche frente a mi portal durante muchísimos años, mientras aquel tipo de negocio era posible; después tuvieron que deshacerse de las vacas y más tarde tanto la vivienda como los antíguos establos fueron expropiados por la bendita remodelación urbana y los chicos, para entonces ya huérfanos de familia, se me instalaron aquí.
Siguen siendo tan religiosos como cuando de pequeños su madre les interrumpía los juegos callejeros, sin importar cuanto de bien lo estuvieran pasando y sin miramientos de cortar partidos en marcha para rezar el rosario a diario, o la novena a cristos, santos y vírgenes responsables de solucionar alguna necesidad o dificultad doméstica.
Aunque socialmente saben guardar las formas hasta el punto de ser considerados irreprochables de puertas para fuera yo, que los conozco como si hubiera podido parirlos, debo decir aquí que me hacen sufrir... Me repito, lo se, pero es que... En la intimidad se detestan. Sí. Así es. En medio de tanta letanía y tanta jaculatoria se odian y los disparates que pueden llegar a decirse son... ¿cómo lo diría?... inenarrables... ¡qué bonita palabra!... Empiezan en voz baja para no fomentar habladurías en el vecindario, pero en el fragor de las disputas el volúmen aumenta hasta el punto de que todos estamos enterados de sus cosas.
Y así acabarán sus días, ¡qué se le va a hacer! Nadie les va a pedir que cambien y ellos ni se lo plantean. La ira se ha convertido en parte de su esencia.

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