viernes, 11 de marzo de 2011

Aquellos sastres fueron nueve 23:

Lázaro se piensa maestro de urbanidad y protocolo, pero yo que arropo a todos conozco lo que el resto de los vecinos opinan de él y se que su percepción es errónea porque ellos le consideran un arrogante que siempre mantiene las distancias y por lo mismo nadie intenta acercarsele. Pobre Lazarito mío, empeñado en ser como los caballeros de comienzos del siglo pasado que conoció en su infancia y que fueron sus modelos de juventud, negándose empecinado no ya a cambiar sino a adaptarse un poco, actualizando lo justo para su comodidad, a las nuevas maneras y costumbres. Y así le pasa que sus días transcurren en un combate permanente con la panadera, con el kiosquero de prensa, los alumnos y sus padres, el vecindario, la radio, la televisión incluso en los noticiarios. Ese lenguaje, esos gestos, movimientos, tonos de voz... ¡Cuanta vulgaridad y zafiedad!, piensa, murmura, se enfadada y se reconoce impotente para contrarrestar tanta grosería y mala educación.
Está solo, lo que por sí no es mala cosa, pero le pesa el aislamiento y no ve como podría ser de otra manera, ni comprende que los demás no se le acerquen como polillas atraídos por su buen hacer social.

No hay comentarios:

Publicar un comentario