El tiempo pasaba. Anita cumplió diecisiete años y sus hermanos iban yéndose de casa. Con la marcha de cada uno de ellos un clavo se hincaba entre los alfileres de su corazón y cuando la última hermana, la más cercana a ella en edad, se casó dejándola sola con las tortugas y al cuidado de unos padres repugnantemente compasivos, solo pudo disimular un par de meses aparentando que todo estaba en orden, pero no fue capaz de más y acabó rindiendose cuando su cerebro crujió de aquella manera.
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