sábado, 9 de julio de 2011

Aquellos sastres fueron nueve 26:

Llegaron pues al cuarto de contadores donde se había preparado un acceso a la zona de trabajo: la cámara, un pequeño sótano de aproximación a mis cimientos. Fuera, en el patio, estaba instalada una caseta con taquillas individuales en las que los trabajadores guardaban su ropa de calle y sus objetos personales y donde un tablero sobre borriquetas tras un par de sillas servía de despacho al encargado. Aquí se dirigieron en primer lugar y golpearon la puerta con los nudillos un par de veces, pero como nadie abrió se encaminaron hacia donde se oían golpes de herramientas y voces de personas que necesitaban casi chillar para entenderse unos con otros en medio del ruido.
Estaban a punto de empezar a gritar también ellos el nombre del encargado cuando de reojo vieron acercarse desde el portal al joven chico rubio.
-¡Hola, buenos días! ¡Qué suerte que haya llegado usted en este momento!
-Buenos días -saludó sonriente el recién llegado-. ¿Me esperaban a mí? -preguntó con un cierto deje preocupado.
-Buenos días, joven. Le esperábamos a usted, al encargado, o al que tenga atribuciones para informarnos de la marcha de las obras. Somos vecinos del inmueble, como usted habrá deducido, naturalmente.
-Soy Mariola, Bajo E, y él es Lázaro, del 1º D -quiso suavizar alargando la mano en un saludo.
-Me llamo Bruno -se presentó mientras estrechaba la mano de la mujer- y soy el aparejador -añadió extendiendo su mano a Lázaro mientras le miraba con firmeza a los ojos.
- Mucho gusto -correspondiendo a la mano y a la mirada-. Estamos interesados en conocer el estado de la obra. ¿Tal vez usted puede ponernos al corriente?
-Claro que si. Vamos al despacho de la caseta que estaremos más cómodos y podré enseñarles planos, fotos y demás documentación.

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