lunes, 25 de julio de 2011

Aquellos sastres fueron nueve 32:

Hace muchos años, antes de la primera restauración, sus padres tenían alquilados a buen precio varios de mis corralillos que después ellos realquilaban para ganarse unos dineros y que más tarde compraron porque eran gente acomodada y se lo pudieron permitir para así incrementar el patrimonio familiar.
Solo tenían una hija, su alteza la princesa Inés, una chica altiva que imponía distancias en su trato con la gente ordinaria, que era la mayoría de los que pasaban por la calle. Por lo que pude saber hizo un buen matrimonio con un joven tan guapo y bien situado como ella, formaron una familia numerosa y un buen día él no volvió a casa.
Después de las preocupaciones Inés lo esperó durante un año y luego devolvió a sus padres el piso conyugal para, a cambio, trasladarse aquí con los hijos que aún vivían con ella, tras algunas obras de adecuación tirando tabiques y volviéndolos a levantar en otro sitio.
Ahora solo dos continúan con ella, aunque casi nunca vienen, utilizan la casa de su madre como almacén para ese tipo de cosas que la gente no tira "por si acaso", de manera que está más sola que la una.
Sigue tan arrogante como siempre, su carácter, si en algo ha cambiado, ha sido para enrocarse en sus errores. Se ha transformado sin embargo su aspecto y ahora aquella chica alta y guapetona es una mujerona imponente a la que le cuesta caminar por culpa de los kilos acumulados en su cuerpo y que ella no hace nada por eliminar, explicando a quien quiere escucharla que es culpa de su metabolismo y suspirando resignada cuando en la soledad de su casa se come una tableta de chocolate con media barra de para para suprimir una comida y así "a ver si dios quisiera que ella pudiera perder algún kilo de peso".

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