miércoles, 27 de julio de 2011

Aquellos sastres fueron nueve 33:

Pasa los días dando vueltas en su cabeza a los diferentes enfados que siente con sus respectivos hijos, porque ninguno se libra, nadie es mejor que su hermanos; el que no cojea, renquea y el que ni lo uno ni lo otro, tiene un forúnculo en la nariz. Cuando alguno de ellos viene a visitarla, enseguida se las apaña para sacar a relucir reproches y dolores de manera que ellos procuran marcharse enseguida y cada vez tardan mas en volver. ¿Quien podría reprochárselo? Pero es que Inés no se da cuenta de lo externo a ella.

¡¿Y que podría hacer yo?! Cuando alguien a quien quieres se obceca en un error se hace difícil de tolerar... Me dan ganas de aflojar alguna lámpara para que se le caiga en la cabeza a ver si reacciona y abre los ojos para mirar hacia fuera de vez en cuando.

-¡Dime tú a mí que nos expropien! ¡A ver donde nos vamos! Porque desde luego yo con los hijos ni pensarlo.
-Eso, no pienses en ello, mujer, porque no va a pasar.
-¡Ya veremos!
-Inés, te tengo que dejar porque voy a salir y se me empieza a hacer tarde.
-Qué manera tan fina de echarme; me lo dices abiertamente y tan amigas.
-Como amigas te lo he dicho.
-¡Ya! Pues conmigo no te hacen falta indirectas, que lo sepas.
-Anda, no seas enfadica.
Derrochando paciencia Mariola ayudó a Inés a ponerse en pie apoyándose en todo objeto medianamente consistente que estuviera a su alcance y caminar hasta la puerta de su casa, bien arrimada a las paredes de fachada del patio.
-Aquí ya me puedes soltar que me apaño sola.
-Bueno, pues te dejo. Buen día, Inés.
-Adiós.
Mariola regresó para coger el bolso. Sabía que Inés iba a vigilar y para ir a por el pan y los periódicos el momento era tan bueno como otro y aprovecharía para dar un paseo mirando escaparates.

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