jueves, 28 de julio de 2011

Aquellos sastres fueron nueve 34:

Aquella misma mañana todos los vecinos fueron convocados por Lázaro para la reunión del día siguiente y por la tarde los que a pesar de las fiestas trabajaban y los propietarios que tenían alquilado; él era muy meticuloso y como se consideraba una especie de patriarca de la comunidad, tanto por edad como por antigüedad, tenía telefonos y direcciones de todos, incluidos los los que con el paso de los años vendieron y los fallecidos.
A medida que hablaba con unos y con otros aumentaba su preocupación con las ideas que iban surgiendo, de manera que cuando acabó la tarea y se sentó en la cocina para cenar como cada noche un tazón de leche con pan migado, tenía la cabeza repleta de ocurrencias a cual más maliciosa, el pecho comprimido por el agobio y cada hueso de su gastado esqueleto bien apretado contra los demás.
Al meterse en la cama, más temprano aquel día de lo que tenía por costumbre, se sentía agotado.
Procuraba estirar su cuerpo todo lo posible y aún un poquito más mientras hacía respiraciones abdominales bien profundas para que ventilase el último y más pequeño de sus rincones. Al mismo tiempo, en murmullos atonales, insultaba a la muerte que no le escuchaba.

No es que yo sea celestial, ni mucho menos divina, ni siquiera tengo poderes mágicos. Es solo que con el paso del tiempo se me ha desarrollado la capacidad de sentir sus emociones, de oír sus palabras, de sufrir sus portazos, de hacerme cargo de su humor y ¡en fin! deduciendo elaboro mis conclusiones. Pero que nadie vaya a pensar que acierto, o que nunca me equivoco... ¡Tanto o tan poco como cualquiera! Y más que un don del que me pueda enorgullecer, la mayoría de las veces resulta una pesada carga porque todos me son muy queridos y varios de ellos sobremanera. Los he visto nacer y crecer, de manera que si ellos sufren yo sufro, no puedo evitarlo, si coinciden dos en el tiempo doble dolor para mí, si uno lo hace a continuación del otro no hay tregua en mi pesar... Y por algún motivo parece que en los últimos años predominen los sinsabores y las preocupaciones. Yo lo achaco a la escasez de niños, ¡solo tres en el vecindario! y apenas se les ve y menos se les oye.
¡Basta! ¡Basta de lamentos! ¿La edad intenta apoderarse de mi ánimo? ¡Pues no lo consentiré!

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