viernes, 29 de julio de 2011

Casa de Gárgolas 1:

Mi padre era un detective privado cuya colaboración contrataba con frecuencia el propio Departamento de Policía. Se enorgullecía de su autonomía laboral en una profesión que le entusiasmaba y como era un hombre muy especial solía llevarme con él cuando mis obligaciones escolares lo permitían. Su teoría era que yo iba aprendiendo el oficio mientras que a él le ayudaba mucho mi punto de vista y ciertas habilidades que ya tenía a los ocho años sin que nadie me las hubiera enseñado, como abrir cerraduras con un pedacito de alambre, leer papeles y documentos desde cualquier posición, entender a personas con dificultades para hablar, fijarme en cosas que nadie observa...
Le oía cuchichear con su cómplice, mi madre, antes de preguntarme apoyado en el quicio de la puerta de la cocina si tenía un rato disponible, como si yo fuera una adulta ocupada.
-¿Quieres venir a trabajar?
-¡Pues claro! -era siempre mi respuesta feliz y orgullosa-. ¿Dónde tenemos que ir?
-A la Casa de Gárgolas. Alguien murió hace un par de días con violencia. El inspector ya tiene los interrogatorios y necesita que nosotros estudiemos el terreno con detalle, tú sabes cómo es éso mejor que yo. Voy a resumirte los acontecimientos para que puedas ir estableciendo tus posiciones. ¿Estamos?
-Estamos. Adelante.
Era siempre nuestra consigna de colegas.

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