sábado, 6 de agosto de 2011

Aquellos sastres fueron nueve 37:

La abuela de Bruno se llama eMé y así quiere ser nombrada por todos sin excepciones. Claro que no es su nombre de pila; cuando ella nació no se permitían muchas cosas y las niñas debían llamarse María de algo, de cualquier santa o virgen. En cuanto pudo, ella lo cambió incluso legalmente y se quedó con la única letra de las mujeres Marías "y de muchas otras cosas", comentaba sin dar más explicaciones cuando alguien curioso o indiscreto se empeñaba en querer saber el por qué de semejante nombre.

-Tengo cosas que contarte.
-Y yo también a ti, eMé.
-Pues hala, empieza mientras voy preparando algo de merienda.
Bruno habló y habló durante un buen rato, haciendo primero un repaso superficial al tema de los amigos, confirmando después la por el momento nula posibilidad de noviazgo y explayándose por fin con el tema que llenaba en aquel momento su vida: la profesión. Le contó de su trabajo y de las cosas chocantes con las que estaba tropezando en las últimas semanas, referidas sobre todo a la obra que les ocupaba: un edificio de corralillos en un barrio céntrico de la ciudad.
-¿A que es raro?
-Tanto o tan poco como los vecinos quieran hacerlo. Tu no le des por ahora más importancia de la imprescindible.
-¡Mujer, eMé, es mi trabajo!
-Pero no tu responsabilidad, al menos aún.
-Es que sospecho que alguien esté urdiendo artimañas con algún objetivo... raro, todavía no puedo concretarlo y aunque no sea mi responsabilidad me molesta ser manejado sin mi consentimiento.
-¿No te estás poniendo un poco dramático?
-No, abuela, no. Estoy preocupado de verdad porque allí está pasando algo. Alguien está manipulando las cosas detrás de la puerta para convencer a la gente, a los vecinos sobre todo... ¡¿De qué?!

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