Habían llegado al final del sótano. A continuación se iniciarían otros edificios y delante solo un muro de piedras y ladrillos unidos con algún tipo de mortero que continuaba por la izquierda.
En el rincón que formaba el ángulo de las dos paredes había cosas, objetos desperdigados. ¿Qué eran y qué sugerían?
Apoyadas en la pared y bien alineadas, con orden meticuloso, una serie de herramientas: pala, azada, pico, paleta de albañil, además de un capazo de goma lleno de juguetes medio cubiertos por una sucia tela de colores que en su día debieron ser alegres y vivos y sobre ella un chupete, un sonajero y un muñeco blandito de esos que llaman "mordedores".
Con unos metros de separación por medio una banqueta de madera y a su lado un cesto de mimbre que contenía una pequeñísima almohada, una toquilla de lana que Mariola levantó con dos dedos para observar de cerca y una gamuza amarilla de las de limpiar muy grande.
Todo ello estaba sucio por el paso del tiempo, cubierto de polvo y sujeto por grandísimas telas de araña.
La arena del suelo se había allanado a mano, podían apreciarse esos surcos ondulantes característicos que dejan los dedos al rozarla con suavidad.
Allí estuvieron los tres un buen rato, mirando todo asombrados.
eMé fué la única que no tocó nada en absoluto, limitándose a observar no solo aquel lugar concreto sino examinando minuciosamente los alrededores que iluminaba con su linterna.
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