viernes, 14 de octubre de 2011

Una Absurda Superstición 3 :

El gran cariño que sentía por mi abuela no me impedía pensar que se equivocaba porque solo ella, una anciana requetevieja y anticuada parecía empeñada en esconderse de la suerte mientras que el resto de la humanidad la acosaba sin tregua por cualquier medio y de cualquier manera. Entonces yo era infantilmente feliz y por fortuna, ¿acaso podré decirlo?, disfrutaba cuando el abuelo, o mi padre, o los dos a coro, voceaban:
-¡Niña, dónde andas que tenemos que hacer la quiniela!
-Quédate conmigo, hija, que la hagan ellos -me susurraba la abuela con unos ojos tan tristes que tuve que aprender a salir corriendo cuando me llamaban para no sentirme mal por disgustarla.
-¡Que! Ya está la abuela intentando inculcarte sus supersticiones, ¿a que sí? -me interrogaba el abuelo con el ceño tan fruncido que solo se le veía una ceja larguísima.
-No, es que estaba merendando.
-Bueno venga a lo que vamos. A ver, mascotita nuestra, concéntrate para que te llegue la inspiración.
-Ya lo sabes, niña, tú solo tienes que decir uno, o equis, o dos cuando te preguntemos, ¿está claro?
-Sí, abuelo. Ya lo se.
-Y sin hablar de ninguna otra cosa hasta que hayamos terminado la quiniela.
-Venga que todo eso ya lo sabe ella y además tampoco tenemos que ponernos muy exigentes con quien va a traer la suerte a esta casa.
-Vamos allá preciosa. ¿Sporting de Gijón, Alavés?
-Equis.
-¿Celta de Vigo, Betis?
-Uno.

Los interrogatorios continuaban hasta que la papeleta quedaba rellena de lo que aún entonces me parecían casi garabatos y solo a partir de ese momento podía salir de mi éxtasis vestal. Luego, durante la cena, procuraba evitar la mirada de la abuela que me reprochaba la ignorancia de sus enseñanzas y aún a la mañana siguiente me esforzaba por beberme la leche del desayuno de un solo trago y salir pitando hacia la escuela antes de que la voz de sus quejas me amargase el orgullo oracular y con ello el resto del día.

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