martes, 18 de octubre de 2011

Una Absurda Superstición 5 :

Yo volvía a respirar con normalidad mientras repartía pescozones entre mis hermanos porque, olvidada ya por los adultos en vista de mi poca influencia ante los dioses de la fortuna, me reintegraba al mundo infantil y vulgar que era el mío.
-¡Mascota, mascotita, ¿no has tenido suerte?!
-Seguir así y veréis como el día que acierte la quiniela no tocáis ni un real.

Aún durante la cena todos fantaseábamos con lo que haríamos cuando llegase el día soñado en que la casa se inundaría de dinero y que, casi con toda probabilidad, iba a ser la siguiente jornada de liga.
La abuela jamás participaba en estos proyectos y los domingo prefería acostarse temprano, sin tan siquiera cenar.
Por mi parte nunca dudé de que un día, gracias a mí y a la quiniela, la buena suerte en forma de dinero llegaría a nuestra casa, pero ocurrió que en la familia nació un nuevo hijo, una niña, y fuí derrocada por la que traía un pan bajo el brazo y que desde el primer momento de su llegada quedó como depositaria del manuscrito críptico, primero bajo la almohada de su moisés, después de la de su cuna y más tarde en sus propias manos.
Por fortuna, lagarto lagarto, pude cobijarme en el regazo de la abuela que, a pesar de mis traiciones, todavía continuaba disponible solo para mí y para siempre.
Despechada y dolida, las enseñanzas de la abuela cambiaban de significado. Y pude empezar a comprender.

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