jueves, 20 de octubre de 2011

Una Absurda Superstición 6 :

Nunca más volví a compartir la tarde de los domingos con la familia y mientras todos ellos, ancianos, adultos, niños y recién nacida llevaban a cabo sus ritos de esperanza frente al aparato de radio, la abuela y yo, refugiadas a puerta cerrada en el lavadero contiguo a la cocina, participábamos en una ceremonia de signo contrario infinitamente más emocionante y productiva.
La abuela me enseñó la verdadera razón de ser de las cosas, de sus colores y de los materiales con que estaban hechas y así cuando los demás invocaban a la buena suerte nosotras dos, en una perfecta unidad espiritual, realizábamos conjuros neutralizadores ayudándonos de velas, flores y ramas de árboles.
La noche de los domingos, mientras el resto de la familia se acostaba proyectando la quiniela futura para combatir la desesperanza, la abuela y yo nos dormíamos con la satisfacción de la tarea realizada que, además, la nuestra sí, había obtenido el resultado perseguido.

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