miércoles, 16 de noviembre de 2011

Una Absurda Superstición 14 :

Después de unos cuantos meses desasosegados, repletos de sombras y temores y sumamente caros en tiempo y en dinero, tuve que concluir que la abuela estaba firmemente decidida a seguir ignorándome por siempre jamás y renuncié a convocar fantasmas aunque no así a una buena amistad que me condujo a la santería.

No voy a describir a la mujer que conocí, quien sienta curiosidad o tenga alguna necesidad que acuda a visitarla porque ella siempre aseguraba estar dispuesta a servir de guía espiritual a todo aquel que se lo solicitara. Por cierto, insistía en que la fe previa no es imprescindible, se dará por añadidura. Claro que puede ser que ya esté muerta cuando alguien decida ir en su busca porque ya en aquel entonces era sumamente longeva. En fin, no lo se, la cuestión es que ella no echaba las cartas, no leía manos ni posos de café, solo escuchaba con la mirada perdida para después recogerse en sí misma unos instantes, atendiendo las recomendaciones de sus santos y, a continuación, encomendarte una buena obra cuya correcta y fiel ejecución permitiría conseguir el control de una situación que propiciase un deseo o evitara un temor. Para mi santera no había mas que una magia que ella generaba intercediendo ante sus bienaventurados preceptores, por eso no distinguía entre blanca y negra. Ella, decía, no era quien para juzgar los motivos de nadie y algo en apariencia nocivo podía actuar con beneficio como revulsivo.

Gracias a las misiones que esta mujer me encomendaba pude ir evitando las desgracias que debido a mi buena estrella sin duda estaban aguardándome, aunque no resultó sencillo, no. Y ni que decir tiene que tuve que esmerarme para ocultar mis actividades a la familia, bastante tenía ya con que desde su ignorancia se burlasen de mí diciéndome que por maldecir mi suerte los dioses me castigarían con otra quiniela de catorce. Porque yo no se si por aprovecharse de esa suerte mía o por hábito tradicional, todas las semanas en mi casa seguían rellenándose con cruces columnas y más columnas en aquellos detestables papeles impresos. Todos los familiares participaban en aquel peligroso juego alborotando, riendo, discutiendo e invitándome con gritos inconscientes a colaborar con su arriesgado jolgorio.

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