jueves, 17 de noviembre de 2011

Una Absurda Superstición 15 :

Cuando uno de los hijos provocó un accidente de tráfico con su motocicleta del que salió con unos cuantos huesos rotos y que pudo haberle costado la vida, o cuando el marido perdió su trabajo para toda la vida en la fábrica porque de repente las empresas se pusieron a competir para ver cual de ellas reducía más personal de sus plantillas, en ningún momento imaginaron que la fortuna ajustaba cuentas y en su afán de conjurar lo que llamaban mala suerte doblaban sus apuestas quinielísticas, lo que en consecuencia me obligaba a multiplicar el número de misiones hasta un punto en el que no tuve más remedio que desentenderme de la mercería. Claro que como el marido no tenía otra cosa entre manos pudo hacerse cargo de ella y la vida familiar siguió su curso.

Yo apenas paraba por casa, ni siquiera podía acudir a las horas de comer porque no tenía tiempo y por las noches cuando llegaba tenía que encerrarme en la cocina para preparar ricos potajes que hicieran más llevaderas mis ausencias a la familia. Y no fueron pocas las noches en que él, el causante de nuestros males, interrumpía de improviso mi tarea para acusarme de todos los disparates que se le pasaban por la cabeza, en un tono de voz lo bastante alto como para que no solo los hijos sino todo el vecindario se enterase de nuestros asuntos. Yo callaba porque muchas veces había intentado hacerle comprender la verdad, pero él nunca me dejaba terminar con sus risotadas y su único piropo: "loca, estás cada día más loca".

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