martes, 22 de noviembre de 2011

Una Absurda Superstición 18 :

No imagine nadie que los primeros tiempos en aquel sitio fueron deprimentes o dolorosos porque se equivocaría por completo, al contrario fueron una gratísima liberación. Por el hecho de estar internada sin mi consentimiento en semejante lugar mis deudas con la suerte quedaban radicalmente saldadas y por lo tanto no más trajines caritativos, ni más caminatas, ni más angustias quinielísticas de fin de semana. Por fin iba a saber lo que era vivir sin ataduras, libre de compromisos con lo de arriba y lo de abajo, los de la derecha y los de la izquierda.

Después de un par de semanas durmiendo, paseando y observando, empecé a relacionarme con compañeros a los que como a mi habían recluído a la fuerza para que se serenaran y por primera vez tuve amigos.

Algunas personas estaban realmente enfermas como el grupo que pasaba los días enteros, semana tras semana y mes tras mes haciendo pronósticos, cavilando en vaya usted a saber qué criterios quinielísticos que les iban a dar los catorce aciertos el siguiente domingo. Por supuesto que los componentes de esta peña y yo nos ignoramos siempre, tan evidente resultaba nuestra incompatibilidad vital mutua. Ni siquiera se enteraron de que mi familia, mediante encargo de venganza, había recibido de nuevo la visita de la suerte en forma de quiniela acertada. Me tentó la idea de decírselo para darme la satisfacción de fastidiarles pero creí preferible no establecer ningún tipo de vínculo con cierta clase indeseable de individuos. Y diré por lo que respecta a mi familia que esa fortuna suya que en su obcecación seguían considerando buena, no me dio ni frío ni calor, no era ya asunto mío. No vivía con ellos, no pertenecía a su familia y su mundo y mi mundo eran ajenos.

De entre los buenos amigos que conocí surgieron dos espíritus afines con los que enseguida me reuní. Ellos se conocían de vista pero nunca habían tenido una auténtica conversación porque al ser de distinto sexo ambos habían procurado poner mucho cuidado en guardar las distancias para no dar pie a posibles maledicencias, pero esas tonterías se olvidaron cuando los tres nos unimos como avemarías de rosario. Hablábamos de todo con absoluta libertad, sin tabúes religiosos, políticos o sexuales, leíamos, nos divertíamos, asistíamos a nuestras sesiones de terapia e incluso, con la participación de algunos otros compañeros, formamos una coral porque nos entusiasmaba cantar. Fue un tiempo en verdad delicioso.

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