martes, 29 de noviembre de 2011

Una Absurda Superstición 22 :

Una tarde en que regresé de pasear a la chiquitina antes de lo acostumbrado porque empezaba a llover tuve una decepcionante sorpresa: encontré a mis amigos haciendo quinielas. Me quisieron explicar avergonzados lo mucho que había trastornado sus vidas la llegada de la bebita, el futuro que les esperaba ni siquiera se parecía al que habían soñado y puesto que conmigo ya no podían contar, antes de regresar con sus familias estaban intentando otras alternativas provocando a la fortuna.

A veces las actuaciones humanas son de tal condición que por más que se expliquen y aunque lleguen a comprenderse siguen siendo injustificables y por eso, en aquel mismo momento, rompí mi amistad con ellos. Una absurda superstición, decían intentado convencerme de no se qué.

Por la memoria de la fraternidad compartida les doné la titularidad del piso en el que habíamos estado residiendo y como los hijos volvieron a poner el grito en el cielo, llegando incluso a insinuarme amenazadores la posibilidad de un nuevo y por mi edad definitivo ingreso en un, ahora sí, manicomio, tuve que resolver la situación traspasándoles a ellos el resto de los bienes familiares lo que les tranquilizó bastante acerca de mi estado de salud, hasta el punto de que entre todos establecieron una asignación que yo recogería mes a mes en el banco. Nada es mejor que el dinero para suavizar las relaciones, maldito sea, con lo caro que cuesta.

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