viernes, 2 de diciembre de 2011

Una Absurda Superstición 24 :

Otro día cualquiera en el que la lluvia, ¡qué tendrá la lluvia!, nos obligó a permanecer en casa más tiempo del acostumbrado recibimos una visita inesperada: la madre legítima, la biológica, la gestadora, la paridora, la golfa que se sirvió de marido ajeno, la zorra que sin haber construido un nido se preñó, la puta que abandonó a su criatura en manos ajenas... Esa mujer, como digo, se presentó en nuestra casa porque un pleno en la quiniela había iluminado su presente y su futuro y pretendía recuperar a su hija a toda costa. Nada de lo que yo dijera o hiciera le haría desistir porque estaba dispuesta a todo.

Y nada pude ante lo inevitable, que me costó muchas lágrimas y más maldiciones para ese juego estúpido que tan destructivamente interfería en mi vida. Me resultaba incomprensible que mientras la gente persigue la suerte rellenando quinielas semana tras semana inútilmente, a mi me acosase la fortuna para regodearse en mis calamidades. Solo cabía una explicación y muy sencilla por cierto. Mi abuela me aconsejó mil veces, me advirtió innumerables más para estrellarse siempre con mi estúpido orgullo mágico y al final, como era de esperar, acabó maldiciéndome.

Ahora, a mi edad, ¿que más podía depararme el futuro? ¿con que calamidades iría a obsequiarme el azar?

Maldita fortuna, maldita buena suerte que ciega a la gente haciéndola olvidar que nada, absolutamente nada, es gratuito. Debatiéndome entre el desencanto y la ira, la tristeza y el afán de supervivencia concluí que, puesto que la fortuna siempre se había cruzado en mi camino, iba a aceptarla, solo que yo llevaría las riendas y la utilizaría de acuerdo con mi criterio.

Puse por tanto fin a los lamentos y me dije: "Basta. Hasta aquí hemos llegado".

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