domingo, 4 de diciembre de 2011

Una Absurda Superstición 25 :

Pocos días más tarde, convocadas por anuncios que hice insertar en cada uno de los periódicos de la ciudad, comenzaron a llamar a mi puerta todas esas gentes que obstinadamente se empeñan en atosigar a la buena suerte. "Solo quinielas" se especificaba en la publicidad, de manera que quienes entraban en la sala que habilité como recibidor, traían en la mano su cupón amarillo. Y yo, recuperando el rito familiar que aprendí en la infancia, me limitaba a mantenerlo entre las palmas de mis manos durante unos instantes en una imaginaria ceremonia de bendición.

Ni que decir debería necesitar, pero ya al finalizar la siguiente jornada de liga algunos de aquellos visitantes regresaron para entregarme su agradecimiento en forma de regalos y donativos.

Jamás cobré honorarios por las innumerables horas que dedicaba a mi empresa, lo que no fue un obstáculo sino todo lo contrario, para que mi fama se extendiera y el número de los creyentes devotos aumentara día a día.

En cuanto hube reunido el dinero suficiente, lo que por cierto no me llevó demasiado tiempo, encargué erigir en el cementerio un mausoleo ostentoso, derrochante de lujos funerarios, al que inmediatamente ordené trasladar a mi abuela con todos los honores.

Asistí a la ceremonia vestida de luto riguroso y antes de que el sacerdote girara cerrando la llave de la reja solicité, llena de compunción, quedarme a solas unos minutos con los restos mortales de mi difunta y queridísima abuela.

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