miércoles, 7 de diciembre de 2011

Una Absurda Superstición 27 :

Aún me quedaban alternativas como fundar un colegio familiar para niños abandonados en el que no careciesen de nada, ni siquiera de veranos en paises extranjeros para practicar idiomas y donde profesores, cocineros y jardineros fueran padres adoptivos de alguna de las criaturas y tíos y madrinas el resto. Otra posibilidad era patrocinar un burdel andrógino en el que los servicios fueran gratuitos, las personas trabajadoras cobrasen buenos sueldos y reinase por encima de cualquier otra cosa el respeto, la amistad y el buen humor.

Mi mejor plan, sin embargo, hubiera sido entregar todo mi patrimonio como dote e ingresar en un convento de clausura en el que rematar el ciclo de mi vida trabajando y rezando y no solo no me hubiera importado sino que lo hubiera hecho con gusto desde el abrigo de una reducida comunidad de mujeres con afinidades compartidas aunque nada más fueran el hábito y el domicilio. Pero fue imposible, En realidad ni lo intenté. Daba la casualidad de que en los últimos meses la tele, la radio y los periódicos hablaban incesantemente de la renovación, actualización y modernización de las órdenes religiosas; ahora monjas y frailes se ganaban la vida como cantantes y en los claustros entraban los periodistas como Perico por su casa para grabar entrevistas y reportajes que después reproducían para el resto de la humanidad, No estaba en mi animo censurar los modos de vida ajenos, no se me vaya a malinterpretar, es que a mi lo que me interesaba sobre todo lo demás eran los votos de pobreza y silencio que por lo visto ya no se estilaban.

Mis proyectos eran fantasías irrealizables.

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