martes, 20 de diciembre de 2011

Una Absurda Superstición 32 :

Ya con el dinero en la mano me urgía encontrar una pensión barata en la que alquilar una habitación para poder pasar unas noches a resguardo, que no era cosa por lo visto de andarse jugando con la salud. Pero hay que ver lo caro que resulta subsistir cuando no se dispone de posibles.

El cansancio comenzaba a pesarme y ya me veía trasnochando a la intemperie con el único cobijo del portal de algún establecimiento elegante, cuando por fortuna en el último intento encontré lo que buscaba. El precio por dormir resultaba irrisorio incluso para mí que tanto miraba el céntimo para estirarlo hasta donde fuera posible y es que según me explicó la patrona hacía tiempo que ya no recibía clientes... "Ahora la gente se ha vuelto muy presumida -decía- y prefiere empeñarse para dormir en un hotel estrellado", de manera que si las necesidades me apretaban mucho ni siquiera tenía que pagar porque ella no iba a salir de pobre.

Cuando cerré la puerta del que era mi dormitorio comprendí la ausencia de parroquianos intentando evitar una arcada. Todo estaba asquerosamente sucio, hasta en el picapaorte de la puerta se pegaban las manos. Con los dedos alcé un poco la esquina de las raídas mantas y examiné las sábanas que también se veían mugrientas, por lo que preferí acostarme vestida encima del cobertor que, aunque cochambroso, estaba como es lógico más aireado. La fatiga me venció y nada más colocarme en posición horizontal caí en sueño profundo olvidando las diferentes especies de bichos que sin duda saldrían a pasear por su territorio, que ahora incluía mi cuerpo inmóvil.

La mañana siguiente madrugué tanto que ni en la pensión, ni en la vecindad, ningún ruido indicaba que hubiese comenzado aún la jornada cuando salí a la calle.

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