viernes, 23 de diciembre de 2011

Una Absurda Superstición 34 :

Por eso entré en un bar y después de tomar un café con leche muy calentito ensopado con un par de churros en la barra, me senté en una mesa que miraba a la calle y con aplicación y primor rellené, con aquel mismo fervor mágico de la infancia, un taco de boletos de quinielas que después entregué para sellar al camarero que montaba guardia en la garita presidencial del local situada entre la puerta de la cocina y la de los aseos.

Abonadas las apuestas mi monedero se había vuelto a desinflar, pero no era cosa de preocuparse porque tres días más tarde, el lunes, todo volvería a ser en apariencia más sencillo y hasta entonces tenía un jergón para dormir y comida puesto que había tenido la previsión de abastecer mi despensa con unas latas y pan de molde. En otras épocas la precariedad de este suministro hubiera podido deprimirme pero ya era capaz de acumular excedentes hasta de la miseria.

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