martes, 27 de diciembre de 2011

Una Absurda Superstición 36 :

Oía jaleo a mi alrededor, mucho barullo de gente que iba y venía, me alzaban y me bajaban, pero no podía preguntar qué estaba pasando porque no era capaz de hacer sonar mis palabras y tampoco podía mover ninguno de mis brazos para hacerme entender por señas. 

El aturdimiento comenzó a disiparse después de llevar un buen rato tumbada en la cama del hospital.

Ya despejada recordé cómo de súbito había sentido un leve mareo y luego el alboroto de toda aquella gente que pedía ayuda y avisaba a una ambulancia. Creo que ahora tengo una deuda vital con la vecina cotilla.

Mi pensamiento trabajaba como de costumbre pero ni la voz ni los movimientos me funcionaban. Los sanitarios creían que tampoco oía y por eso los médicos reflexionaban en voz alta cuando me reconocían, las enfermeras relataban mi proceso a quien mostrase el menor interés y auxiliares y celadores cotorreaban a sus anchas en mi presencia acerca de mi calamitosa salud y así es como me fui enterando de lo que me había pasado, cuál era el proceso de la enfermedad y las repercusiones que me acarrearía y comprendí que jamás podría recuperar mi vida anterior. Buen ajuste de cuentas.

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