domingo, 5 de febrero de 2012

Aquellos sastres fueron nueve 53 :

-Aceptando que tuvieras razón, ¿qué vas a hacer ahora?
-Esperar que un amigo me pase copias de toda la documentación de entonces y de antes que me proporcione algún hilo de donde poder tirar. Mientras, tengo las manos vacías.
-Ten cuidado, no te vayas a meter en algún pantano cenagoso, Bruno.
-Se lo que hay. No te preocupes.

Después de haberse acostado y a pesar de la hora que era, eMé no podía conciliar el sueño. Varias veces cambió de posición, se retiró la ropa de cama en un par de ocasiones y otras tantas volvió a cubrirse con ellas, ahuecó la almohada, la compactó a base de palmadas, la dobló bajo la cabeza, la ciñó a su cuello... Todo fue inútil. Permaneció un rato boca arriba, la respiración profunda en un ritmo pausado, los ojos abiertos como platos en la oscuridad de su dormitorio.

Yo la observaba sin perderla de vista un solo instante y aún así consiguió sobresaltarme cuando extendió los brazos hacia atrás por encima de su cabeza y, sin haber movido su cuerpo un solo centímetro, apoyó las palmas de sus manos en la pared que le hacía de cabecero, uno de mis muros de carga. 

La mujer... ¡Me estaba hablando! ¡Me hablaba a mi!

Pido disculpas a quien acaso escuche mis monólogos pero comprenderán que no es lo mismo que una persona hable en su casa en voz alta, con las paredes suele decirse pero en realidad consigo misma, a que hable intencionadamente con la edificación como fue el caso. Me siento incapaz de definir lo que sentí y por eso recurro a su buena voluntad para que se hagan cargo del sentimiento, de la emoción que, como un relámpago, me recorrió distribuyéndose por maderas y ladrillos hasta la más elevada de mis tejas y la mayor profundidad de mis cimientos.
Y yo, sin precaución alguna porque los sentimientos no se equivocan, me puse incondicionalmente a disposición de nuestra amistad recién nacida.
¡Que sencilla la comunicación que iniciamos!
¡Que alivio poder compartir y que alegría tener con quien hacerlo en confianza!

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